No ni ná
El trastero de las balas perdidas
Los comisionados del Polígono Sur coinciden en que nada cambiará sin una solución policial
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Iniciar sesiónSevilla asiste a otro tiroteo en las Tres Mil escandalizada como una mojigata hipócrita, sorprendida por lo habitual; afectada y doliente, dramática y al tiempo escrupulosa, como si no fuera suya esa miseria. Resulta que hemos descubierto por las redes sociales que en las Tres ... Mil hay armas de guerra. Y que los clanes las disparan cuando tienen que dirimir sus desavenencias.
Habría que concretar eso de ‘las Tres Mil’. Como aprendimos en ‘Love Actually’, una cosa es Wandsworth y otra su “parte chunga”. Pues una cosa son las Tres Mil Viviendas y otra su parte chunga. A esa parte chunga la ciudad desagradecida la bautizó como barriada Martínez Montañés, o Las Vegas. Será por el drama barroco de su suerte. Así que una cosa son las 50.000 almas atrapadas en el estigma urbano de la barriada más pobre de España y otra la gentuza que ha colonizado esa parte ‘chunga’ que, para el gran libro de las paradojas sevillanas, cruza la calle Utopía. La pregunta es hasta dónde hemos dejado que germine la semilla del diablo en ese campo de cultivo de la marginalidad del Polígono Sur.
Ahora estamos aterrorizados porque hay armas de guerra en todo el cogollo. En ese lugar donde no entraban los carteros y los autobuses llevan escolta; donde hay más basura fuera que en los contenedores. En esa parte de Sevilla que intuimos desde la ventanilla cuando por Su Eminencia buscamos desde Pineda la avenida de la Paz. Nos extraña que haya armas de guerra en ese lugar en el que los huesos de hormigón de los bloques devastados guardaban la peor leyenda de los yonquis, donde patrullaba el indio y corría el caballo desbocado. Nos llama la atención el tiroteo a ráfagas en esa parte de la ciudad donde los clanes se disputan el negocio a costa de los transformadores de Endesa, allí donde las candelas marcan la frontera de lo prohibido, donde sólo las ratas se empadronan. Nos asustan las trazadoras que, como fuegos artificiales en honor al patrón, surcan el cielo de nuestra pequeña Gaza, nuestra franja ocupada.
Esta vez no hubo heridos que se sepa. Ninguna niña murió tras las ventanas. La Policía entró a saco por la mañana para limpiar nuestras conciencias, como hizo la lluvia con la mugre de las calles este fin de semana.
Todos los comisionados del Polígono Sur coinciden en que nada cambiará sin una solución policial. Las víctimas siguen siendo las mismas. Los que resisten y los que ayudan; los que tienen fe, los que buscan talento entre tanta necesidad. Al menos, que el rugido de las armas nos recuerde al resto que este territorio en guerra existe, y que, como otros barrios, está marcado, amenazado y cercado entre el muro de la precariedad y el abismo de sus sueños. Hasta que algún día alguien sea capaz de arreglar el trastero de las balas perdidas.
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