No ni ná
Pistolas en el paraíso
No somos inocentes, la ruta del hachís pasaba por aquí desde los ochenta, pero esto ya no es un juego de policías y malotes
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Iniciar sesiónNueva Umbría es una lengua de playa que nace en La Antilla y avanza paralela a la ría del Piedras hasta La Bota. Es de las pocas playas vírgenes que quedan en nuestro litoral. Uno de esos secretos que guarda Huelva gracias a que casi ... todo siempre llega tarde a esta bendita esquina descubridora que ofrece tanto por descubrir. Allí le llaman 'La otra banda' o 'La Flecha'. En esta lengua de arena, de arbustos y olas que guardan las gaviotas y los charranes, hubo en los años treinta una almadraba cuyas ruinas son el único vestigio de ladrillo en sus 15 kilómetros de extensión (y Dios quiera que siga así).
Hay que ser desalmado para no captar el privilegio que supone disfrutar de ese paraíso y que debes respetarlo de forma escrupulosa, porque hasta la huella de tu pie descalzo afecta a su equilibrio. Es evidente que para seguir disfrutándolo hay que merecerlo. La única preocupación en esa patria que lo fue desde la niñez era no pisar una medusa, porque en pocos lugares como ese génesis se siente uno tan libre.
Este fin de semana, Nueva Umbría ha sido el escenario de una operación antidroga. Cuentan las crónicas que la vieja almadraba servía de guardería a los narcos y que escondían allí armas de guerra. Las redes de distribución de hachís y coca se han extendido desde el Estrecho a ambos lados del litoral. Ahora el ruido de los potentes motores de las planeadoras rompe muchas noches el silencio de la ría y las luces bailan sobre la marisma sin la parsimonia con la que lo hacían las linternas de los mariscadores. La presencia de las ratas que traen la peste de este siglo hasta nuestra arcadia no pasa desapercibida. Como la proliferación de yates que se concentran en la flecha cada fin de semana, unos tan grandes como discretos, otros cargados de tatuajes, copas de balón y bafles con 'reguetón', con su cohorte de ruidosas motos de agua, contrapunto de la tortilla bajo toldo que caracteriza al turismo familiar autóctono. A nadie sorprende que la droga se oculte entre los matorrales y las dunas ni que su dinero llegue a las cumbres y a los valles. Los Seat Ibiza mutan en Porsche Panamera con el motor de comercios tapaderas, y los 'ninis', que compraban calzoncillos 'Ermani' en el mercadillo de su pueblo hoy reciben los auténticos de Giorgio desde el emporio del lujo.
No somos ingenuos, la ruta del hachís pasaba por aquí desde los ochenta, pero esto ya no es un juego de policías y malotes, de contrabando de tabletas. Ahora hablamos de toneladas de coca y metralletas. Lo repite la Guardia Civil. Lo relata la crónica de sucesos del diario 'ajuste de cuentas' en cualquier pueblo de nuestra geografía, y esa 'riqueza' súbita incompatible con las estadísticas de renta. Este desembarco en el paraíso es una metáfora que advierte de cómo la droga, con su dinero y su peste, se adentra en nuestro hábitat y amenaza nuestra libertad.
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