tribuna abierta
A vueltas con la Inteligencia artificial
El hombre no puede ser reducido a un algoritmo, ni la inteligencia humana puede equipararse a los procesos estadísticos o funcionales de una máquina
José Ángel Saiz Meneses
¿SE trata de una gran solución, o acarreará graves problemas? ¿Nos trae grandes ventajas, o serán mayores los inconvenientes? ¿Será beneficiosa para el bien común, o más bien perjudicial? Lo cierto es que la inteligencia artificial muy probablemente va a cambiar el mundo tal ... y como lo conocemos. En cada etapa de la historia han surgido desafíos que reclamaban respuestas acertadas y eficaces desde los diferentes ámbitos. El papa León XIII ofreció respuestas ante la revolución industrial; así lo hizo san Pablo VI en tiempos de cambios posconciliares, y después san Juan Pablo II ante las nuevas situaciones sociales, políticas y morales; así lo han seguido haciendo los pontífices Benedicto XVI y Francisco, y actualmente el papa León XIV, cuya reflexión sobre la cuestión digital es ya una referencia imprescindible. Porque la revolución de la Inteligencia Artificial se ha constituido en una nueva frontera.
Tanto en la Nota Vaticana Antiqua et Nova de los Dicasterios para la Doctrina de la Fe y para la Cultura y la Educación, que aprobó el Papa Francisco, como en las recientes reflexiones del Papa León XIV, encontramos un análisis profundo y realista. Se afirma con claridad que estamos ante una auténtica revolución, seguramente de mayor trascendencia que la industrial del siglo XIX. La Inteligencia Artificial está transformando la manera de pensar, de trabajar, de comunicarnos, de organizar las sociedades y, muy especialmente, de comprender al ser humano. El pasado 5 de Diciembre el Papa León XIV en su mensaje a la Fundación Centesimus Annus – SACRU, señalaba que «abordar este desafío requiere plantearse una pregunta aún más radical: ¿qué significa ser humano en nuestra época?» ya que – como señala el Santo Padre – «la llegada de la inteligencia artificial va acompañada de cambios rápidos y profundos en la sociedad, que afectan a las dimensiones esenciales de la persona humana, como el pensamiento crítico, el discernimiento, el aprendizaje y las relaciones interpersonales. ¿Cómo podemos garantizar que el desarrollo de la inteligencia artificial realmente sirva al bien común, y no solo se utilice para acumular riqueza y poder en manos de unos pocos?».
El Concilio Vaticano II, ya afirmaba ante un cambio de época que la ciencia y la técnica deben estar siempre al servicio de la persona humana (cf. Gaudium et Spes, 26). Hoy hay que afirmar sin ambigüedades, que el hombre no puede ser reducido a un algoritmo, ni la inteligencia humana puede equipararse a los procesos estadísticos o funcionales de una máquina. Como subraya Antiqua et Nova, «la inteligencia artificial no constituye una forma de inteligencia en sentido propio, sino uno de los productos de la inteligencia humana» (n. 8). Esta distinción es esencial para evitar confusiones antropológicas y riesgos éticos de enorme calado.
El Papa León XIV ha situado la cuestión digital y la Inteligencia Artificial en el corazón de su pontificado. Recuerda que el ser humano tiene una dignidad infinita, irreductible a cualquier constructo tecnológico, porque es criatura amada por Dios por sí misma. Desde sus primeras intervenciones, León XIV ha insistido en tres líneas fundamentales: 1) Una visión antropológica sólida, que permita comprender quién es el hombre y por qué ninguna máquina puede suplir su libertad, su conciencia, su capacidad de amar y de buscar la verdad. 2) La urgencia de un marco ético y normativo global, que oriente el desarrollo tecnológico hacia el bien común, la justicia, la paz y la protección de los más vulnerables. 3) La llamada a la sabiduría del corazón, expresión ya empleada por el Papa Francisco, pero que León XIV asume y desarrolla como clave para discernir y gobernar esta nueva realidad. Así lo recordaba en su mensaje a la cumbre 'AI for Good 2025' (IA para el bien 2025), señalando que la técnica «debe servir al ser humano y nunca sustituirlo». Sus palabras no dudan en afirmar la primacía de la dignidad humana sobre cualquier interés económico, político o militar.
La reflexión cristiana no se limita a señalar riesgos; también contempla con esperanza las posibilidades de bien que encierra este nuevo tiempo, los enormes beneficios: avances médicos, ayuda al desarrollo, gestión eficiente de recursos, incremento de la seguridad, herramientas educativas y nuevas posibilidades para la comunicación y el encuentro entre los pueblos. La Iglesia propone situar en el centro la responsabilidad moral, recordando que sólo el ser humano es sujeto capaz de optar libremente por el bien y de responder ante Dios y ante la historia por sus decisiones. Ningún algoritmo puede reemplazar este discernimiento. La Inteligencia Artificial no es simplemente una realidad técnica; es un horizonte antropológico, cultural y espiritual. Es una oportunidad para preguntarnos de nuevo quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, cuál es el sentido de nuestra existencia, cuál es nuestra misión y hacia dónde queremos conducir la historia.
La prudencia, virtud clásica y cristiana, es imprescindible para orientarnos en este terreno. El enorme desafío de la Inteligencia Artificial exige criterios éticos firmes, marcos legales adecuados, educación de la conciencia y alianzas globales que impidan que la tecnología se convierta en un instrumento de dominación o exclusión. La Iglesia no puede faltar a este diálogo para custodiar la humanidad y su dignidad, especialmente de los pobres. En este contexto, los cristianos somos llamados a ser fermento de esperanza, contribuyendo a que la IA sea un instrumento de bien, un camino para una sociedad más justa y fraterna.
Arzobispo de Sevilla
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