TRIBUNA ABIERTA
Un nuevo año comienza
Tan pronto como el tiempo adquiere sentido, y descubrimos un por qué y un para qué en nuestra existencia, entonces vale la pena vivir cada momento como lo que en realidad es, algo único e irrepetible, y el presente se convierte en algo sumamente valioso
Comienza un nuevo año que llega cargado de múltiples efemérides en Sevilla, en particular el 775º aniversario de la reconquista por Fernando III el Santo y la reinstauración del culto católico en la ciudad. Viene a mi memoria la recomendación que nos hizo San Juan ... Pablo II en el inicio del tercer milenio: remar mar adentro sin temor, recordando con gratitud el pasado, viviendo con pasión el presente y abriéndonos con confianza al futuro (cf. NMI, 1).
Respecto al año 2022, suscribo la máxima de nuestro Lucio Anneo Séneca, gran intelectual y político cordobés, que afirmaba: Infinita est velocitas temporis, quae magis apparet respicientibus, infinita es la velocidad del tiempo, sobre todo cuando miramos atrás (Epístolas 49, 2). Tengo la sensación de que el pasado año ha transcurrido a gran velocidad, de haberlo vivido muy intensamente, como no podía ser de otra manera en esta Sevilla tan intensa. Mirando atrás contemplo mucho amor de Dios, una grande providencia, personas excelentes con las que me encuentro día a día, una enorme vitalidad en la Iglesia hispalense y en la sociedad sevillana. También se hacen presentes los problemas y dificultades, pero no hay que olvidar que para cada problema hay una solución, es cuestión de encontrarla; y cuando cuesta encontrarla, pues paciencia, y a seguir buscando. Es importante contemplar con gratitud el pasado, hacer un hueco en la memoria para todo lo bueno, que ha sido tanto, gracias a Dios.
Por otra parte, no podemos olvidar que nuestra época está marcada por una crisis de esperanza debido a las dificultades del momento presente, a la decepción de no verse cumplidas tantas expectativas que se habían forjado, y al fracaso de tantas causas nobles. Albert Camus, cuyo pensamiento representa la desilusión de no pocos intelectuales después de la II Guerra Mundial, ya destacó «que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma y que a veces el coraje no tiene recompensa». Es decepcionante que sigan produciéndose tantos conflictos armados en nuestro mundo y en nuestra vieja Europa, que parece haber olvidado las lecciones de la historia. Por eso no es de extrañar que muchas personas caigan en el pesimismo y en la desconfianza respecto a los cambios que el mundo necesita después de tantas promesas incumplidas. A pesar de los esfuerzos de todos, tanto personas como instituciones, qué decir a quien no puede llegar a final de mes, a quien no puede formar una familia, a quien no encuentra un empleo estable o no puede mantener una hipoteca.
Pero el ser humano tiene necesidad de esperanza, de una esperanza creíble y duradera, que resista las dificultades y las supere. El Papa Benedicto XVI nos recordó que la ciencia, la técnica, la economía o cualquier otra realidad humana, por sí solas no tienen la capacidad de ofrecer la gran esperanza a la que todo ser humano aspira, porque la esperanza completa solo puede estar en Dios. La gran esperanza es una persona viva, Jesucristo, cuyo nacimiento hemos conmemorado hace apenas unos días. Cristo, que tiene rostro y corazón de hombre, que ha asumido todo lo humano y que, por tanto, se preocupa de la historia humana y la comparte con nosotros. Nuestra vida es como un éxodo, una peregrinación, y en ese camino, a veces oscuro, María Santísima es la estrella de la esperanza que nos guía hacia la meta, que es Cristo.
Un año nuevo comienza. Cuando el presente está vacío y la vida carece de sentido, cada instante se hace eterno y la espera llega a convertirse en una carga insoportable. Pero tan pronto como el tiempo adquiere sentido, y descubrimos un por qué y un para qué en nuestra existencia, entonces vale la pena vivir cada momento como lo que en realidad es, algo único e irrepetible, y el presente se convierte en algo sumamente valioso. No somos el resultado de una evolución mecánica y ciega, somos el fruto de un designio de amor; y aunque nuestra vida esté salpicada de impaciencias que nos incomodan, de preguntas difíciles de responder, de sufrimientos que llegan sin previo aviso, Cristo está presente en el camino, es el Emmanuel, Dios con nosotros. Si Él ha entrado en el tiempo y camina junto a nosotros, ya no existe un tiempo vacío y sin sentido. Por eso es tan importante vivir con pasión el presente.
Estamos llamados a vivir con intensidad el momento presente y hacer fructificar los talentos que el Señor nos ha concedido, para gloria suya y al servicio de los hermanos. El tiempo es un don de Dios, y cada día es un talento que pone en nuestras manos. Como recordaba el Papa Francisco a los jóvenes: «Nuestra vida está hecha de tiempo y el tiempo es un regalo de Dios, de manera que es importante emplearlo en acciones buenas y fructíferas». Feliz y fructífero Año Nuevo.
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