tribuna abierta
La verdad de una estampa: el Gran Poder
Cuando los médicos de la UCI me lo anunciaron, pensé en Rosa, mi mujer, en el resto de mi familia, en mis amigos, pero también en Él, en el Gran Poder
Jesús Julio Carnero García
La historia está llena de relaciones cercanas, algunas son mayúsculas como las que tienen Sevilla, la otra ciudad eterna, y Rioseco, ciudad de los Almirantes de Castilla. Pero también hay historias minúsculas, desapercibidas, personales y sencillas que son como faros o guías para cada uno, ... que son nuestra Giralda o nuestra torre de Santa María y que no solo apuntan al cielo, sino que muchas veces nos lo sostiene y nos abrazan.
Una de esas historias humildes me lleva a mi adolescencia, con la pérdida de mi padre y el esfuerzo de mi madre para que mi hermana y yo «no estuviéramos tristes». ¿Minúsculo? Corría entonces el año 1979 y yo tenía 15 años.
Ese esfuerzo se tradujo para ella en llevarnos a Sevilla. Mi primer viaje a Sevilla. Una ciudad de luz, color, olor y acogimiento. Una ciudad entonces, en aquel instante, propicia. Hoy ya, siempre. Visitarla, sentirla, fue emocionante. Pero no solo eso. Un lugar de la ciudad me ancló, sin yo saberlo en aquel momento, eternamente.
Era el Encuentro, en la plaza de San Lorenzo, con el Señor.
¿Cómo explicar lo que un jovencillo sintió al mirar a los ojos al Gran Poder? ¿Cómo describir cómo ese casi todavía niño se reconocía y recogía en el sufrimiento de ese Jesús?
Aún ahora, frisando los 60, no lo sé. Sé que ocurrió. Sé que ese estremecimiento de la ausencia de mi padre ya era compartido. Al salir, al no quererme alejar de su imagen, de su sufrimiento, porque el mío, pensaba, se atenuaba, adquirí una estampa.
Esa estampa del Gran Poder, siempre la misma, me acompaña desde hace 43 años en el bolsillo. Es mi pequeña giralda: un examen, una prueba médica, la ausencia de un amigo, la boda, el nacimiento de los seres queridos. Así, en cualquier momento cotidiano que no es rutina, está, la siento, la acaricio.
Y me pregunto por qué. Muchas veces lo he hecho. Quizá la expresión de su humildad, quizá la belleza de su soledad o quizá eso, su nombre, Gran Poder, diciéndome no tengas miedo. O quizá todo, la necesidad de ser humilde, la necesidad de soportar la soledad, la necesidad de plantarle cara al miedo.
Pasa el tiempo y todos, en este bienio trágico de la pandemia, hemos sufrido, colectiva e individualmente. A todos nos ha igualado. Las pestes son siempre democráticas.
A mí esta peste me miró desafiante y profunda, tanto que llegó la hora del sueño reparador o eterno. No había otro camino. Cuando los médicos de la UCI del hospital Río Hortega de Valladolid me lo anunciaron, pensé en Rosa, mi mujer, en el resto de mi familia, en mis amigos, pero también en Él, en el Gran Poder y en mi Virgen de los Dolores de la Vera Cruz de Valladolid. Necesitaba soportar el dolor con Ella y tener el poder de Él.
El sueño, gracias a nuestro magnífico sistema sanitario, al cabo de las semanas, terminó siendo reparador y, poco a poco, adquiriendo la fortaleza necesaria, un día abrí la mesilla de la cama de la UCI y allí estaba Él: la estampa, desgastada por el tiempo, descolorida por la luz. Pero siempre agarrándome, sin soltarme, siempre viva, siempre presente. La fe no hace que las cosas sean fáciles, hace que las cosas sean posibles.
Los días pasaron y estando aún allí, ya en planta, tomé la determinación de ser hermano de la Vera Cruz de Valladolid y del Gran Poder de Sevilla. Aunque realmente creo que nunca he dejado de serlo desde allá en los albores de nuestra Constitución de 1978.
Con mis amigos, los riosecanos Toñín Santamaría y Víctor Caramanzana y nuestras familias, en noviembre de 2021 volvimos una vez más a Sevilla para iniciar los trámites de mi llegada a la hermandad de la mano de Ramón, el de la Abacería de San Lorenzo. Sentimos al Gran Poder en su Misión en Tres Barrios y Amate, asistimos a la misa en la Catedral, el 6 de noviembre, y quiso Dios que el encuentro allí con el cardenal Amigo fuera el último para nosotros. Fue una conversación limpia, cercana como su mirada. Fue una coincidencia como lo había sido en ese verano del mismo año el encuentro con él en el Pórtico de la Gloria de Santiago. Otra conversación de vallisoletanismo y riosecanismo. Otro amarre en mi paseo vital, el Camino y Santiago.
Sevilla y su Gran Poder, Rioseco, la Flagelación y su Semana Santa, Santiago y su Camino. Tres anclajes llenos de vida, mi vida. Fray Carlos decía de su estancia en Tánger «diversos, pero no desunidos». Y eso son los tres, tres maneras diversas de enseñarnos, como dijo mi paisano, el zamorano Claudio Rodríguez, que «siempre la claridad viene del cielo».
Hoy, en este viernes de Adviento, cumplo con mi promesa, cumplo con mi esperanza.
Gracias por estar ahí, Señor.
Consejero de la Presidencia de la Junta de Castilla y León
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