Sevilla al Día
Cagazo
El gran apagón, que tiene nombre de una película de Cine de Barrio protagonizada por Martínez Soria, ha dejado a todos con el susto en el cuerpo
Era lunes y en España, últimamente, los lunes son aciagos. El gran apagón, que tiene nombre de una película de Cine de Barrio protagonizada por Paco Martínez Soria, ha dejado a todos con el susto en el cuerpo, tiritando, mientras el cerebro da vueltas pensando ... dónde nos pillará el próximo episodio negro. Desde ese lunes 'sin' –sin luz, sin Internet, sin móvil, sin agua y sin explicaciones desde la Moncloa– no dejan de pasar cosas. Unas buenas, como en el barrio de la alegría, y otras no tanto, como en el parque de atracciones en el que se ha convertido Santa Justa cada vez que uno decide intentar poner un pie en la capital del Reino. A veces no sabes si te vas a montar en el tren de los escobonazos, con Óscar Puente en el papel de bruja azotando a base de tuits a todo el que se mueve, o en una noria, deshojando un trayecto, que te puede poner arriba y llegar a tiempo o abajo y te comes una noche mirando estrellas en mitad del campo manchego. El sueño impagable de todo urbanita. Este Gobierno siempre mirando por las personas.
Desde ese lunes vivimos temblando, sobre todo en Sevilla. Un apagón ahora sería una jodienda. Por eso la noche del pasado lunes, venida a menos con respecto a las últimas citas del encendido del alumbrado en el real, los sevillanos llegaron a Los Remedios con el «cagazo», al estilo Caparrós. Pasaban los minutos y todo parecía dentro de la cotidianidad bajo farolillos. Las primeras cervezas en su punto, los ibéricos con regusto, los mariscos bien cocidos, todo en una noche agradable rozando el fresco. Pero de repente, mientras las freidoras cogían más calor que los motores de Fernando Alonso, susto. Apagón. Todos nos pellizcábamos, rezando a Santa Bárbara porque la escena fuera un mal recuerdo. Y en el silencio se escuchó: «La culpa es de Pedro Sánchez».
Esta vez, por suerte para Red Eléctrica, era de los chocos, el adobo y los boquerones, que habían ocasionado un apagón a cero –lo que hemos aprendido en una semana– de la caseta. Las calles y las casas vecinas estaban bien iluminadas y eso era una luz de esperanza. Nunca, desde hace diez días, habíamos valorado tanto la electricidad en nuestras vidas. Volvió la luz y volvieron las sonrisas, sobre todo mientras escuchas a tu amigo alemán, pero con acento de Triana, contarte su último plan en un bar del Viejo Arrabal tomando Gabriela y langostinos de Sanlúcar, o cómo había bloqueado su agenda semanal para que su jefe en tierras germanas no le pusiera un vuelo empresarial en la Feria. Lo único que no pudo lograr en su plan de escaqueo fue saltarse una videollamada a las ocho y media de la mañana del día siguiente. Eso sí, no abriría la boca. Rápido ha aprendido de nuestro presidente.
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