CARDO MÁXIMO
Nos hemos quedado sin Mito
Hay tres maneras de pasar por la vida: gastándola sin más, malgastándola y desgastándose por los demás
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Iniciar sesiónEl Mito del que quiero hablarles no es un arquetipo humano construido con rasgos de personalidad que pueden servir de patrón en todas las épocas. El Mito del que les hablo era un tipo excepcional al que despedimos este fin de semana condolidos con su ... familia. Se llamaba Emilio Gómez González pero todos lo conocíamos por ese apodo familiar como de niño grande que hubiera pasado de jugar en pantalón corto a catedrático de Física sin perder el buen humor, el optimismo y la vitalidad que nos va robando la edad. En su caso no ha sido así. Murió el sábado víctima no de una larga enfermedad sino de un cáncer de cortísima evolución sintomática que nos lo ha arrebatado a quienes lo tratamos y, sobre todo, a sus padres –el catedrático de Historia del Arte Emilio Gómez Piñol y su mujer, Isabel– y a sus cuatro hermanas.
Andaba en cosas muy rebuscadas de aplicaciones de óptica, ultrasonidos y traducción automática de imágenes para detectar desde células tumorales en el hígado a superficies contaminadas con el virus de la Covid, por ejemplo, que le valió la medalla al mérito policial. Estuvo en el equipo de cirugía fetal pionero del Virgen del Rocío que dirigió Guillermo Antiñolo y en mil cosas más, procurando la aplicación siempre provechosa de sus conocimientos a la medicina clínica. Y como se daba tan poca importancia –en realidad, ninguna–, podrías cometer la equivocación de pensar cómo iba a ser posible que aquel tío con el que te tomabas las cervezas que cayeran a la salida del curro fuera a ser alguien con un currículo tan despampanante. Y lo era. Y nos equivocábamos. Y bien que lo sentimos.
Pero el sábado, en la cafetería del tanatorio donde lo velaba la familia, no recordábamos a Mito por sus aportaciones científicas, ni siquiera por el tocho de óptica que despachó a modo de manual de fotografía con tapas duras. El Mito que se nos venía a la mente era otro bien distinto, torpe en algunas situaciones emocionales que la vida le puso por delante, machadianamente bueno, jovial, socarrón y nada cabezota a pesar de la evidencia física en contra.
Me dio por pensar cómo nos recordarán a nosotros cuando estemos también de cuerpo presente. Cómo nos verán cuando hayamos muerto y decaigan todas las envidias, los celos, las aprensiones que despertamos en vida. Qué dirán nuestros amigos, qué rasgo les arrancará la inevitable carcajada de los velatorios rememorando situaciones en las que estuvieron presentes.
Hay tres maneras de pasar por la vida: gastándola sin más como quien pica todos los días en la oficina hasta que lo reclaman de la planta superior; malgastándola en mirarse el ombligo cada día, persiguiendo una felicidad que se escapa como agua entre los dedos; y desgastándose por hacerle la vida un poco más llevadera a esos que llamamos prójimos, compadecido de los demás. Mito fue de estos últimos, de esa gente que vale la pena tratar. Descanse en paz.
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