cardo mÁximo
¿Pandemia? de suicidios
Lo primero que tenemos que hacer es derribar mitos en torno al suicidio. Y uno de los más acusados es que la «suiciditis» es contagiosa
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Iniciar sesiónSi cuando se dispone a leer esta columna, comparte techo con un quinceañero o un preadolescente, hágase el favor de dejar la lectura, revolear el periódico y dedicarle esos cinco minutos a lo que tenga que decirle: hable con él y escúchelo. Porque puede que ... ese tiempo mínimo, casi inapreciable a lo largo de un día, lo salve del suicidio. Si le parece exagerado o catastrofista lo que está leyendo, piense que las estadísticas hablan de que uno de cada dos (¡la mitad!, sobre una encuesta enorme de 300.000 chavales) ha tenido pensamientos suicidas alguna vez. O sea, que podemos elegir hablar o no hablar del tema, dedicarle páginas de periódicos o esconderla, pero la cuestión está ya en la cabeza de nuestros jóvenes y quién sabe lo que les separa de llevar a la práctica lo que les ronda en la sesera.
Durante miércoles y jueves de la semana pasada, los religiosos camilos han organizado sus décimas jornadas de humanización sanitaria en Andalucía al problema candente de la prevención de los suicidios «entre todos», como rezaba el lema de las sesiones. En ellas quedó claro que lo primero que tenemos que hacer es derribar mitos en torno al suicidio. Y uno de los más acusados es que la «suiciditis» es contagiosa y que, por hablar de esa autoafirmación última de la voluntad, va a haber más suicidios. Los 4.000 españoles que cada año lo consuman (once cada día: once ayer, once hoy y once mañana y pasado mañana y el otro…) son la impugnación más evidente de las prácticas sociales que nos han traído hasta aquí. Podemos seguir haciendo lo que siempre hemos hecho, pero eso no mermará el calado del problema de salud pública. Por compararlo cuantitativamente con la violencia machista, un millar de mujeres se mata al año en España, donde el 70 por 100 de las muertes femeninas por causas no naturales son suicidios.
El segundo gran mito que debemos derribar entre todos es que se trata de una cuestión de salud mental que se solucionaría multiplicando las plantillas de psicoterapeutas y psiquiatras para atender a una población -usemos un adjetivo chirriante adrede- desquiciada. Sencillamente no es verdad. Hay suicidas perfectamente sanos a los que ningún psicofármaco va a salvar. ¿Entonces, qué?
En la provechosas jornadas quedó de manifiesto que los vínculos (de todo tipo, familiares, sociales, afectivos, religiosos) constituyen un poderoso factor de protección. Cuanto más entrelazada está una persona, más difícil le resultará llevar a cumplimiento sus ideas suicidas. Eso nos convierte a todos en agentes de prevención del suicidio en nuestro entorno. A nuestro nivel, con nuestras capacidades, sin heroísmos peliculeros, pero sabiendo que un «¿cómo estás?, ¿qué te pasa?» puede desencadenar que el suicida baje uno a uno los peldaños que conducen al homicidio contra uno mismo.
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