cardo máximo
Buenos días
Teniendo tantos asuntos de actualidad sobre los que posar la mirada, puede sonar incluso frívolo dedicar un artículo entero a saludar como es debido a los lectores
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Iniciar sesiónPor una vez le voy a llevar la contraria a mi dilecto maestro en el periodismo -y en tantas cosas- Ignacio Camacho, que me tiene dicho que no hay que pararse en presentaciones ni zalamerías en el arranque de una colaboración periodística, sino montar el ... estoque de matar desde el primer renglón y dejarse de trasteos con la muleta y, mucho menos, lances de recibo. Pero, como no quiero pasar por ingrato ni mucho menos maleducado, saludo a los lectores de esta columna con la alegría del reencuentro: buenos días.
Teniendo tantos asuntos de actualidad sobre los que posar la mirada, puede sonar incluso frívolo dedicar un artículo entero a saludar como es debido a los lectores reencontrados. Pero ese mismo argumento en contra de la más elemental norma de urbanidad cuando se entra a un sitio podrían aducir las decenas de personas con las que nos tropezamos en el día a día y que prefieren ignorar el saludo matinal no ya en el incómodo espacio compartido a la fuerza de un ascensor sino en la espaciosa salita de espera de un médico, donde se supone que la coincidencia obligada en padecimientos de salud empujaría a los pacientes a demostrar amabilidad con quien acaba de entrar, todavía medio perdido.
Nada hay más triste que lanzar un «buenos días» en esa o en parecidas circunstancias y sentir de vuelta el vacío, la indiferencia o el hastío de quienes no se sienten interpelados a responder como dictan las normas mínimas de comportamiento. Y el saludo se queda flotando sin obtener respuesta atrapado en un silencio denso y pegajoso del que todos los presentes serían incapaces de desasirse.
Los jóvenes han inventado la moda de los cascos estereofónicos para aislarse en su mundo de música o de podcast o de conversaciones triviales con amigos o conocidos. Hay como un repliegue colectivo para evitar la mínima interacción social con el desconocido que se sienta al lado en el autobús o entra a desvestirse en el gimnasio. Quizá algún filósofo de la nueva hornada nos ilustre ese desprecio sistemático por las circunstancias del otro, replegados sobre nosotros mismos sin conceder la más insignificante apertura -tal que responder al saludo cortés- al otro.
Dejar sin contestación ese «buenos días», ya sea en el supermercado o en la cola para renovarse el pasaporte, es devolverle la botella al náufrago sin haber intentado sacar el mensaje: no me importa tu vida, no me la cuentes, no quiero saber de ti, déjame en paz. Hemos considerado prescindible la amabilidad y la hemos arrojado por la borda en aras de la eficacia o la concentración o vaya usted a saber qué pamplina.
En el último trimestre, me he dedicado, sobre todo, a escuchar y a observar. Y he guardado un discreto silencio, que los articulistas somos mucho de hablar aunque no sepamos bien qué decir. Así que ahora que vuelvo a pasear por el salón de columnas de esta mi casa, doy gracias a Dios por cuantos me leen. Tengan todos ustedes muy buenos días.
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