CARDO MÁXIMO

Bendita seas, hermana lluvia

Mansa y humilde, que te dejas arrastrar por el suelo formando regatos para llamar a las puertas del averno

Bendita sea la lluvia que aplaca la sed de los campos y hace correr el agua, tan necesaria en esta tierra reseca, agostada, sin vida. Qué hermoso despertar tuvo Sevilla ayer. Primero, el repiqueteo como teclas de piano pulsadas casi con temor, martilleando las gotitas ... en los adoquines, rebotando contra los cristales, sacándole esquirlas silbantes a las rejas; pero luego, una sinfonía completa con las tubas resoplando a lo lejos segundos después de que los relámpagos acompasados iluminaran estas variaciones de las que no se fugaba ningún instrumento: qué 'concerto grosso' más envidiable, qué maravilla de la naturaleza ofreciendo el bálsamo necesario para los surcos llagados por el sol inmisericorde. Bendita sea la lluvia que nos desveló para apagar el sofoco de la tierra, esa llamarada de aliento tórrido que nos había perseguido todo el verano.

Bendita seas, hermana lluvia, mansa y humilde, que te dejas arrastrar por el suelo formando regatos para llamar a las puertas del averno en que ha vivido cada árbol este agosto infernal. Bendita seas, que llenas los pantanos y recargas los acuíferos, elevas el nivel de los pozos, limpias la atmósfera, barres las calles polvorientas y preparas la tierra para acoger la sementera. Qué felicidad ver llover, qué placentera sensación oír cómo caía sobre los tejados, qué alegría ver cómo las paredes se empapaban y la madera de los árboles se reblandecía con la mojada, qué gozo indescriptible sentir las gotas en la cara resbalando por las mejillas después de tanto tiempo. Qué lustroso el verde de las hojas bien vivas, qué bruñido el granito de las calles, qué esmerilada la losa en torno a los edificios principales, qué enhiestas las ramas que el peso del calor había vencido durante agosto, qué placer sentir que la lluvia llamaba a todas las plantas a una resurrección líquida.

Bendita seas, hermana lluvia, cuando más te necesitábamos. Mucha o poca, qué más da. Si este verano ha batido la plusmarca de episodios de calor extremo, la lluvia de ayer puso fin al estiaje más corto de los últimos años: entre las tormentas de junio y la tromba de ayer, ni setenta días sin correr desbocados los caudales de los ríos. La bendita lluvia de ayer hará que se relaje el dispositivo contra incendios forestales, porque la humedad de la tierra le torcerá el brazo a los fuegos por unas semanas, quizá hasta el fin del verano. Y además, el desplazamiento del frente de lluvias atraerá a su zona de bajas presiones otras borrascas atlánticas que hasta ahora nos ignoraban inclementes.

Bendita seas, hermana lluvia, que nos llegas graciosa y pura, tan deseada, tan suplicada. La que hará engordar los frutos del otoño y llenará de jugo dorado las aceitunas. La mejor noticia para arrancar septiembre. Porque no es agua lo que nos ha caído del cielo, sino esperanza. Bendita seas, porque nos haces elevar los ojos para mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba.

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