CARDO MÁXIMO
¿Cómo que se acabó?
De eso nada. Los artistas se pasan la vida luchando para que no se extinga su recuerdo cuando ellos ya no se cuenten entre los vivos
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Iniciar sesiónCuando irrumpió María Jiménez en el firmamento musical español, a mediados de los 70, todo el mundo en Triana había oído hablar de ella. Pero, desde luego, no decían ni la mitad de las cosas bonitas que andan ahora pregonando al hilo de su muerte, ... convertida en un icono de la transgresión, lo que de forma más castiza llamamos ponerse el mundo por montera y de forma indudablemente más chabacana (no sé si este adjetivo también habrá caído en desuso, pero medio siglo atrás nadie quería que lo motejaran con él), pasárselo todo por el arco del triunfo.
Bueno, cada época tiene sus valores compartidos, aquellas virtudes a las que la sociedad concede importancia y tiene en alta estima. Antes pudo ser comedimiento, prudencia, saber estar y otras maneras de no dar la nota y ahora encumbramos todo lo que tiene que ver con la provocación, el escándalo, el descaro, la franqueza descarnada y lo que, hablando en plata, siempre se ha llamado hacer de su capa un sayo sin parar mientes. Ni mejor ni peor que en otros tiempos, pero bien distintos como acreditaría cualquier trianera que supere en años a la difunta. ¡Bah, a quién puede interesar la opinión de cuatro viejas!
Al final, el público acaba por proyectar en las estrellas musicales o cinematográficas sus sueños pero también sus frustraciones. Y en María Jiménez tenía campo de sobra para aterrizar lo que quisiera: su vida estuvo tan repleta de éxitos y mieles del triunfo como de hieles del sufrimiento y desgracias. Era fácil encontrar una faceta en la que la peripecia vital de la humilde fregona que hizo de todo por triunfar en los escenarios pudiera servir de inspiración: tan apurados dejó los 73 años que le dieron de sí bastante más que a muchos otros mayores que ella. Eso y su permanente exposición pública como artista que era. Hasta en los reveses de la vida –y se llevó unos cuantos bien gordos– se mantuvo erguida contra viento y marea, a merced, eso sí, de las olas de indignación o de aplauso que le batían con la fuerza de la mar arbolada contra un acantilado. Todo lo sabíamos de María Jiménez, quizá pionera en retransmitir su vida.
Por eso resulta tan injusto despedirla ahora con el título de una de sus inolvidables canciones: «Se acabó». De eso nada. Los artistas se pasan toda la vida luchando precisamente para que no se extinga su recuerdo cuando ellos ya no se cuenten entre los vivos. Hacer perdurable su creación es el ideal de todo creador para vencer al tiempo. Que la obra sobreviva incluso si solo queda en la memoria colectiva con olvido de su autor, que hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son. Y las de María Jiménez bien que las han cantado.
De modo que en absoluto se acabó. Se habrá acabado para nosotros que la sobrevivimos, pero nos queda su arte, su temperamento, su frescura, su actitud libérrima. ¿Cómo que se acabó, si ahora empieza lo bueno?
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