Sevilla al día

De la Velá a la Velada

Es la gran paradoja de una Sevilla que vive del streaming en Twitch y la foto en Instagram

La Triana más pura es ya un mito que aparece en la Lonely Planet como la cuna del costumbrismo sevillano. Lo que antes era un arrabal popular y exótico es hoy un apéndice del Centro sin alma que mantiene su identidad en el caparazón de ... las fiestas. La vieja Triana empezó su agonía con el éxodo a los polígonos y ahora se ha terminado de morir con la marcha silenciosa de los vecinos de siempre que aportaban la idiosincrasia de pueblo orgulloso que estaba en la orilla correcta de la ciudad. El Mercado es la prueba, convertido en un espacio cada vez más sofisticado para guiris. El flamenco se empezó a esfumar con el cierre del Morapio en los 80 y apenas sobrevive en la Soleá del Faro, la falseta de Ricardo Miño que sigue marcando las horas del Puente. Y en la coplilla que se sigue cantando en la Peña: «Son cuatro puntales finos/que sostienen a Triana:/San Jacinto, Los Remedios,/La O y Señá Santa Ana». El último alfarero ha vuelto a ese pequeño rincón donde moldea la loza, herencia de Montalván -hoy la fábrica es un precioso hotel con restaurante de lujo-, en la ele que forman Antillano Campos y Alfarería. Todo este cuento milenario es un atractivo turístico que esconde una gran falacia cubierta por un barniz de cafés de diseño, galerías de arte y tiendas de souvernir que han desposeído al barrio de su autenticidad. Triana, como Santa Cruz, se ha diluido como un producto de consumo, desnaturalizado y congelado en el tiempo para venderse como postal. Ha cambiado el barro por el ladrillo visto, la taberna por la franquicia y los corrales por los apartamentos turísticos.

La diferencia es que aquí el romanticismo de su esencia legendaria sí se sigue explotando por sus instituciones. Las hermandades son las grandes garantes de la personalidad más abrumadora. La Esperanza es la rebelión contra el autoproclamado buen gusto y San Gonzalo es la sublimación de su compás, que también sigue caminando al Rocío. La Estrella es la cofradía de la infancia; la O es la savia eterna del barrio y, el Cachorro, el emblema universal. Todo converge estos días señalaítos en los que Triana resucita, como el Viernes Santo o el miércoles de romería. El distrito ha sabido sustentar la fiesta más antigua de la ciudad protegiendo su estética, su música y costumbres. El barrio se disfraza de sí mismo para reconocerse en el espejo del río. Es la resistencia simbólica, el postrero bastión que huele a moña de jazmín y a sábalo en adobo.

Mañana, cuando a la medianoche las Tres Caídas toque desde la torre la Nana para que la Abuela no pierda el compás de este lado del Betis, en esta misma orilla se ultima otra verbena: la de los influencer, con show de costaleros incluido. El día grande de la Velá se celebra la Velada en la Cartuja. Es la gran paradoja de una Sevilla que vive del streaming en Twitch y la foto en Instagram.

Ay, nana nanita. Ay, nanita nana. Que así, y pese a todo, todavía se canta en Triana.

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