Sevilla al día
A las seis de la mañana
Esta madrugada, cuando suenen los maitines, el capiller Abelardo cogerá la llave grande que abre el portón de la Gloria
Hay un clamor que sobrevuela por el barrio. Ya viene. Lo anuncia la luz de este Adviento, y los carteles que inundan desde hace días sus calles. Hace hasta menos frío en este invierno que empezó aquella amanecida de junio, cuando nos helaron la sangre ... aquellas fotos en las que no reconocimos su rostro. En el 22 de Parras pervive el eco de la saeta de Marta Serrano impreso en un azulejo, como un reproche que es la mayor declaración de amor a una Madre: «Te fuiste por cuatro días»... y tardaste cien en volver. A la Virgen de Sevilla llevamos medio año sin mirarle a sus ojos. Por eso esta noche hay organizada una fiesta.
Dicen que han visto a Hidalgo con las baquetas yendo a por el tambor para hacer el bando, poniendo el redoble al paso de su Centuria del cielo. Y a Gámez, alargar en el pentagrama el trío costumbrista que es el principio y final de nuestra vida. Por Escoberos se escucha una coplilla de amapolas y azucenas. Suena el piano de Quiroga y Juanita está ensayando: «El cielo pone luminaria,/ trasmina el nardo y el azahar/ y al coronarte de plegarias/ Sevilla entera es un altar». En la basílica, Garduño ha sacado del ropero de la Virgen el encaje para darnos a todos el pellizco en el alma. Ojeda arregla los hilos de oro sueltos de la malla del manto. Joselito trae en una caja las esmeraldas verdes por las que la Esperanza respira. Y José llega de madrugada con los ramitos de claveles blancos.
Todo está listo. A la vera del Arco las penas ya son antiguas. La señora de todas las mañanas viene de la compra. No ha querido entrar desde entonces. Se para en el azulejo como lleva siendo costumbre desde hace más de tres meses: «Mañana te volveré a ver esa cara». ¿Cómo será? Dicen los elegidos que la han visto que «igual que ayer permanece». Ya lo dijo Caro Romero. Aparecerá como aquella visión del Apocalipsis: una mujer vestida de sol, con el rostro inmaculado, tal y como la pintó Alfonso Grosso. Yo me la imagino más lozana, con sus perfiles de nácar que le cantó Rafa Serna. Más blanca, sin esos brillos que desvirtuaban su semblante a la luz de la casa plateada que le labró Marmolejo. Con la asimetría que la hace perfecta, que es el oxímoron que envuelve su misterio. La sueño como Buzón: «Tallada en jardín de brisas,/ con las gubias celestiales/ del dolor y la sonrisa».
En la verbena celestial de esta víspera del gozo, Lorca le ha escrito a Romero Murube, como hace un siglo, en esa tardecilla de Jueves Santo: «Pepín: ahora mismo en Sevilla/ visten a la Macarena. / Pepín, mi corazón tiene/ alamares de luna y de pena». Las cosas de la Virgen. Esta madrugada, cuando suenen los maitines, el capiller Abelardo cogerá la llave grande que abre el portón de la Gloria. Llamará Luis León al dragón hasta seis veces, como seis campanas que anuncian la hora de nuestra resurrección. A la reja del atrio estamos puestos. A las seis de la mañana vuelve la Macarena.
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras