Sevilla al día
Roma bien vale una misa
No hay subvención que pague la estampa de esta unión del Barroco más pleno con el Renacimiento

La Virgen de la Presentación que pintó Romanelli ha vuelto la cara para mirar al Cachorro. Abrazando el enorme mosaico que preside la capilla donde está el cuerpo incorrupto de San Pío X hay una frase que reza: «Ha mirado la humillación y derriba del ... trono a los poderosos». Allí, en el corazón de la cristiandad, está estos días expirando la obra cumbre del barroco. No le hacen falta velas ni flores, ni tampoco baldaquino porque al Gitano de la Cava lo corona la Roma de Miguel Ángel, Bernini y Bramante. No hay subvención que pague la estampa de esta unión del Barroco más pleno con el Renacimiento del que bebieron los escultores en la capital del mundo que fue Sevilla.
Debatimos estos días en la ciudad chauvinista que aún vive de aquel lejano recuerdo sobre si ha merecido la pena el traslado, porque ciertamente el Jubileo para el que han sido invitados el Cristo de la Expiración y la Virgen de la Esperanza malagueña ha quedado absolutamente opacado por la muerte del Papa, el cónclave y los primeros días del pontificado de León XIV. Nadie pudo prever que el contexto en el se enmarcaría la estancia del Cachorro en el Vaticano conicidiría con el acontecimiento más grande que organiza la Iglesia católica, como es un cambio en el papado. Y es éste el único punto de partida del que puede salir el análisis. La hermandad ha ido a Roma porque debía estar donde demandó Francisco, que personalmente solicitó la presencia del Cachorro. Aquí no podía haber debate alguno porque la eclesialidad a la que se deben las cofradías está por encima de cualquier postura ombliguista y cateta, como sí sucedió hace 15 años atrás cuando se requirió la presencia del Cristo para el Vía Crucis de la JMJ de Madrid.
Sí son debatibles y deben llamar a la reflexión las formas de cómo se está viviendo estos días la presencia del Cachorro en el Vaticano y de la propia procesión. La Santa Sede, en plena organización de la misa de inicio de pontificado del nuevo Papa, con presencia de los principales jefes de Estado del mundo, no está ahora en la Gran Procesión ni se ha llegado a plantear qué hacer con las imágenes que están allí el domingo. Y esto supone un enorme bajonazo en las expectativas. No hay previsto gesto alguno, y todo parece envuelto en una frialdad como la del mármol de carrara que sirve de altar para el crucificado. Se hace necesario, quizás, un gesto de León XIV estos días, un simple beso en San Pedro, para que el costoso viaje a Roma no acabe deslocalizando su presencia, que no debe sólo limitarse a una procesión junto al Coliseo el sábado.
La talla es tan universal que debe ser motivo de orgullo para la Iglesia su estancia en el centro del Cristianismo. El Cachorro bien vale una misa. Y, en este debate abierto, yo me mojo ya: Roma también la vale.
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