Sevilla al día

Reinan los Reyes

Es la devoción más pura de la ciudad, la más callada porque está fuera del folklore, la sofisticación y los artificios que envuelven a la Semana Santa

En Sudamérica hay un azulejo de la Virgen al que rezaba una familia española de colonos cuya fe a la patrona se fue legando de generación en generación hasta hoy. Los herederos de esta fe centenaria regresan cada 15 de agosto a la misma esquina ... de la calle Alemanes. Guardan la interminable cola de su besamanos bajo el fuego abrasador de agosto. Hay otras familias que esta noche parten de Albaida, que llegan caminando hasta la Puerta de los Palos. Y de Santiponce, El Viso, Mairena del Alcor, Alcalá, Benacazón, Dos Hermanas... Una procesión invisible que no se retransmite. Es la devoción más pura de la ciudad, la más callada porque está fuera del folklore, la sofisticación y los artificios que envuelven a la Semana Santa.

No hay más adornos que los icónicos nardos, el resplandor del oro de la corona, la tumbilla y el pecherín enjoyado. No hay gritos ni petaladas a compás, no hay marchas efectistas, ni cangrejeros con abanicos. No hay pancartas, ni sevillanas, ni pasodobles, ni tamboriles y flautines, ni castillos de fuegos artificiales importados... e impostados. Aquí hay gallardetes finos y un mar silencioso de fieles, que es una marea que sube desde las playas para el reencuentro prometido e íntimo con la patrona. Aquí no hay mayor proselitismo, ni número de antigüedad, que el nombre de mujer que se traspasa desde tiempo inmemorial.

En la Sevilla de la gentrificación, vendida al turismo sin control, que ha vaciado sus barrios viejos por la especulación y ha perdido paulatinamente el pulso popular y las costumbres que creíamos inmutables, todo vuelve a su sitio al amanecer del 15 de agosto. La Virgen es la esencia de la ciudad sencilla. Es el tiempo sin tiempo que escribió Cernuda, su idiosincrasia eterna que tiene su eco cada viernes en San Lorenzo y en la mirada ansiada de la Esperanza.

Como la de la patrona, en cuyos ojos está el código oculto de la realeza, un hexagrama medieval que recuerda a Sevilla su linaje histórico. Aquí está el canon de la sevillanía, desde las cantigas de Alfonso X a Santa María. Y así lleva siendo desde hace ocho siglos. A sus pies descansan tres monarcas de Castilla que propagaron la devoción a esta imagen gótica de la escuela francesa que adoptó ese nombre por su vinculación a los soberanos de la España de los siglos XIII y XIV.

Mañana la ciudad renueva su voto de acción de gracias a la Virgen en el día de la Asunción. Y protestará su fe, en la que desde hace ochocientos años ha querido vivir y morir. Por ella estamos aquí, en la encomienda de preservar lo que un día nos entregó al conquistarnos: la memoria de una Sevilla que se reconoce en su historia, en su gente y en la devoción que nunca se apaga. Por ella Reinan los Reyes. Por ella existe Sevilla.

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