Sevilla al día
Con el Puente en las narices
Vetar la visita del alcalde supone cerrar el paso a la ciudad para saber lo que se está haciendo en el punto negro del tráfico y la corrupción
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Iniciar sesiónEl ministro follonero ha sublimado el nivel de bravuconería política, terminando de hundir en un fangal bochornoso el parlamentarismo español. Su agresividad no sólo la expone en sus discursos provocadores en el hemiciclo y los insultos en las redes sociales, sino que llega a encararse ... y a perder las formas que se le exigen a cualquier representante público. Óscar Puente está sometido, como el resto de políticos -e incluso escritores como Pérez Reverte- a una cacería por parte de reporteros (que no periodistas) que les acosan por la calle. Pero aquí hay dos formas de reaccionar: la de Rufián, que es capaz de utilizar la dialéctica para darle la vuelta a esa presión, o la de este ministro botarate incapaz de controlar su lengua, sus dedos y hasta sus brazos.
Los modales de Puente, como los de su antecesor Ábalos, son la mayor indignidad que ha dado cualquier consejo de ministros. El tono barriobajero y la pose perdonavidas de este señor causan una vergüenza ajena asemejable a la de los diputados que acaban a puñetazo limpio en países de Europa del Este o Sudamérica. Su presencia alborotadora arrastra un halo de tensión en el ambiente que consigue, eso sí, lo buscado: la polarización. Ahí lo está bordando este exalcalde de Valladolid que no ha empatado con nadie en su carrera política más allá de ser el recadero de un presidente del Gobierno ausente, que necesita agitar a su electorado y fomentar el crecimiento de la extrema derecha.
Este camorrista de las Cortes no es que no haya pisado Sevilla, es que no va a poder hacerlo. Su violencia verbal le llevó a injuriar al alcalde de la cuarta ciudad más importante de España saltándose cualquier protocolo de la diplomacia más básica. Sanz le lleva dos años reclamando una cita para reivindicar las inversiones que le debe el Estado a Sevilla, que son testimoniales porque todos los proyectos se han prorrateado más allá de esta legislatura. La respuesta no es ni siquiera el silencio: fue llamarle «impresentable» y rechazar cualquier encuentro con el máximo representante de la capital de Andalucía.
La única obra que tiene en marcha en la ciudad es el puente del Centenario, conocido ya como el de las mordidas. Porque no es que se usara como maniobra electoralista, o como un brote verde en medio del páramo inversor de Sánchez en Sevilla. Es que se aceleró su puesta en marcha para que unos golfos que estaban en la primera línea se lo llevaran calentito. Y, para colmo, tras haber cobrado el sobre, dejaron morir la obra, que lleva retrasada de forma intolerable más de dos años, con un sobrecoste del 50%.
El colmo de la impudicia ha sido vetar la visita del alcalde a las obras. No es ya que su Ministerio no informe con transparencia de las mismas, es que ese gesto supone cerrar el paso a la ciudad para saber lo que se está haciendo en el punto negro del tráfico y la corrupción. A Sevilla sólo le han dejado el mirar el paisaje: el del Puente en las narices.
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