Sevilla al día
Perro en Bugaboo
La sorpresa llega cuando ella saca del capazo un chihuahua negro, vestido con ropita de Gocco, y se lo coloca en brazos para arrullarlo
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Iniciar sesiónLa playa es el escaparate de lo que somos. Ya nada es lo que era porque hemos evolucionado en seres sofisticados que ya no vamos al chiringuito a comer espetos de sardinas con un botellín. Ahora vamos al Beach Club, donde nos ofrecen una carta ... gastronómica premium a base de alga wakame y huevos felices con música 'chill out'. Mientras esperamos la llegada de la suerte para que nos atienda el único camarero que está autorizado a apuntar en un móvil la comanda, en la mesa de al lado observamos los tatuajes del grupo musculado que come sin camiseta. Al momento entra por la tablazón sobre la arena una pareja empujando un Bugaboo, el Ferrari de los carros de bebés, a la que le dan mesa al lado nuestra. «Ese es el Camaleón», reconocemos rápidamente los padres con niños pequeños que hicimos no hace tanto el máster para comprar el cochecito.
La sorpresa llega cuando ella saca del capazo un chihuahua negro, vestido con ropita de Gocco, y se lo coloca en brazos para arrullarlo como a un hijo. Nada más traerle el primer plato, unos tacos de atún rojo con mayonesa de wasabi, la pareja le ofrece bocaditos para el gozo del animal (que nadie se enfade por denominarle así, he mirado en Wordreference sinónimos y no encuentro ninguno menos peyorativo), que no habrá comido en su vida pienso ni los huesecillos de las sobras.
Comento discretamente con mi mujer la involución humana que hemos alcanzado y las causas por las que muchos sustituyen el plan de tener hijos por una mascota, y por qué la curva de la natalidad está cayendo en picado hasta lograr que haya más perros que niños. Y no es por una razón económica, por más que digan. Aquella pareja se había gastado 1.500 euros en un carrito de bebé de alta gama para llevar a Valentina, el nombre con el que quisieron bautizar a su perrita miniatura. Mientras yo le he pedido a mis hijas los nuggets de pollo del menú infantil, Valentina, con su conjuntito de marca estampado, se lleva al estómago un burrito de 15 pavos la unidad. «Ahora en la sobremesa le pondrán el Magnum doble», colegimos, mientras adivinamos a la camarera venir de lejos con nuestra ración de lagrimitas. La deja y, lejos de extrañarse por la presencia de Valentina sentada a la mesa del Beach Club, se para a preguntar qué tiempo tiene, que qué monería, que vaya nombre bonito, que dónde le ha comprado el vestidito. Que ella tiene otro y que le da mucha penita dejarlo en casa estos días de tanto calor en los que tiene que ir a trabajar. Y con las mismas manos con las que sirve a los comensales, acaricia al chihuahua, que se deja hacer mientras lame de gusto sus dedos.
Abro Twitter para evitar mirar más la escena que me resulta repugnante. Y me salta el anuncio de la concejal Evelia Rincón sobre que le van a poner una plaquita en recuerdo al ficus de San Jacinto, del que han dejado como testigo histórico el tocón. Media ciudad anda pidiendo que se corten cabezas, igual que han talado el arbolito. La extinción del hombre (y la mujer) se acerca. Como el invierno.
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