Sevilla al día
Letanías de la Esperanza
Se coló navegando por esa grieta del olvido para recordarnos que hay otro margen en este río de nuestras conciencias que también es Triana
La Esperanza de Triana pasando por la calle Madre amable, en Las Letanías
La Esperanza es la rebelión de Sevilla contra sí misma. Es un milagro que ensancha la ciudad hacia todos sus límites: los físicos y los alquímicos. Los del tiempo y el espacio. A la Esperanza le cantan las nanas de su madre Santa Ana al ... salir del Parque. Un villancico de este octubre que lleva el estío último de San Miguel hasta los confines donde siempre es invierno. La Madre purísima que traspasa las murallas intangibles, la que baja por su calle Asunción -que es también su nombre- y proclama con su paso este rincón vecino que jamás pisó. De allí, hasta nuestro destierro como sociedad, el lugar donde afloran las llagas de nuestras vergüenzas, donde nadie mira. Porque no hay mayor oxímoron que arriar el ancla en el yermo donde habita la pobreza después de haber atravesado la tierra fértil de Los Remedios. Con Triana desbordada, en los dos mundos la esperaban, y hasta allí llegó la Esperanza.
Esta Madre de la misericordia derriba fronteras y es causa de la alegría, al son de cascabeles, que es el compás que lleva el arrabal hasta encontrarse consigo mismo. A la Virgen le quitaron la corona antes de entrar por la humilde puerta de San Pío X, mientras el sol doraba la cara castiza de las gitanas de la Cava que hoy viven en el Polígono Sur. Tenía otra de flores en sus sienes, como moña de jazmines. Y una voz entre el gentío le gritó: «Viva la Esperanza de los que se fueron de Triana». Asomada a un balcón de Madre amable lloraba una vecina hija de los que se fueron al exilio del Sur. Medalla gastada al cuello, herencia de la vieja Triana que ya no está. O sí, porque crece y se reproduce en la otra orilla. Al lado, en un ventanal colgaba de los barrotes el cuadro con la famosa foto de la Esperanza de mantilla. En la que no cabe más gitanería. Nadie se contiene, todos se rompen. Los gritos son clamor, quejidos por lo fugaz de un tiempo que apenas durará una semana, pero que será interminable en el recuerdo. Porque la Esperanza no llegó al Polígono como una visita. Se coló navegando por esa grieta del olvido, como una luz, para recordarnos a todos que hay otra margen en este río de nuestras conciencias que también es Triana, la más pura. Que es Sevilla, y que hasta allí llega el nombre de la Esperanza.
La Virgen fiel, poderosa Madre del Creador, atravesó una plaza sin nombre, donde viven al aire los que verdaderamente están en el éxodo, los expatriados por la droga. No hay más demostración del olvido de la ciudad a su propio espejo que no ponerle rótulo a este lugar. Los desterrados, como el ciego Bartimeo en el Evangelio de Marcos, se levantaron de sus ajados colchones para aclamar a la Virgen. La que le lleva el desayuno con el café, el pan y el Tulipán. En el Polígono Sur se reencontraron con la Rosa mística, la Estrella de la mañana. La Esperanza nuestra. La de Triana. Y la de las Letanías.
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