Ciudad inhabitable
Vivir en el Casco Antiguo supone un ejercicio de romanticismo sevillano difícil de mantener en el tiempo por la especulación a la que se está sometiendo su caserío
NO conozco Zaragoza más allá del tópico del que dan cuenta los telediarios con el manto de la Pilarica o los desbordamientos del Ebro. Tengo el recuerdo grabado a través del 'pay per view' del Canal Satélite de un golazo de Assunçao o del inolvidable ... baile de puñetazos al aire entre Diogo y Luis Fabiano en el estadio de la Romareda, porque hace muchos años que este equipo histórico que llegó a ganar una Recopa vaga por la Segunda división. Así que no puedo hablar sin saber del porqué la capital maña crece 5.000 habitantes en un año o de cómo son sus infraestructuras.
A simple vista, parece una evidencia adivinar las razones por las que Zaragoza le ha pasado por la derecha a Sevilla y la ha desbancado según el INE como la cuarta ciudad más poblada de España. Y es injusto en cualquier análisis no comparar las dos áreas metropolitanas. La conurbación de la capital andaluza es casi el doble de grande que la aragonesa. Sevilla compite con una corona inmensa que la rodea con mayor posibilidad de desarrollo y donde la construcción de viviendas durante casi dos décadas ha sido exponencial.
En la ciudad se han quedado paralizadas hasta ahora las grandes bolsas de suelo disponibles y eso ha hecho que numerosas familias se hayan ido a vivir a poblaciones limítrofes. Pero hay otra clave por la que los sevillanos han ido mudándose a Dos Hermanas, Alcalá o el Aljarafe. La ciudad ha ido expulsando a sus vecinos porque ha sido incapaz de modernizarse en sus infraestructuras, y es un atasco diario no solo en sus accesos sino en sus arterias principales. Hay veces que los trayectos internos superan los 45 minutos. Ir a Fibes o llegar desde Sevilla Este a la Cartuja a veces supone más tiempo que viajar a Huelva o a Jerez.
Pero el principal drama, en lo sociológico, es comprobar cómo el mismo corazón de la ciudad, como son los barrios históricos del Centro, se han vendido al turismo que los colapsan. Vivir en el Casco Antiguo supone un ejercicio de romanticismo sevillano difícil de mantener en el tiempo por la especulación a la que se está sometiendo su caserío con cada vez más apartamentos y hoteles. Los bares que conservan la carta y la atención a los de aquí se cuentan con los dedos de una mano. La sangría y la paella de plástico han vencido a la Cruzcampo y al menudo y las espinacas con garbanzos.
Por eso, en Sevilla va a costar mucho trabajo recuperar ese puesto perdido mientras no terminen de construirse las 15.000 viviendas que el alcalde anuncia en un plazo de ocho años, se acabe la SE-40 y se inaugure la nueva línea del metro. Mientras tantos, seguirá siendo una ciudad inhabitable con el precio del alquiler y la compraventa por las nubes y un modo de vida adaptado a los americanos y los chinos.
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