Sí o qué
Los catetos de la bulla
La ciudad ha transgredido su propio canon del buen gusto y del buen orden hasta el punto de que nos han tenido que pintar de rojo carriles para los pasos
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Iniciar sesiónEN estos días hemos asistido a una feria de las vanidades de sevillanas maneras cuando algunos que se autoproclaman defensores del dogma de nuestra idiosincrasia (como si sólo existiera una sola forma) se mofaron al ver a Turismundo Campos, el 'capataz' de la Virgen de ... Setefilla, dirigirse al pueblo de Lora para comenzar la verdadera procesión de su patrona al terminar la carrera oficial en la Magna. Algunos sevillanos han despreciado de forma vergonzante la manera tan particular de llevar a la Virgen. Aquí, mientras nos indignamos cuando de Despeñaperros para arriba nos tratan con displicencia provinciana, hemos actuado con una soberana mezquindad ante la pureza verdadera, el estilo propio y la falta de complejos de unos devotos que quieren tanto a su Madre que son capaces de llegar a Sevilla para enseñar esa personalidad. Que para eso fueron invitados, por cierto.
Hagamos aquí un retrato del catetismo ilustrado en el que sucumbimos habitualmente los sevillanos en la bulla. Una ciudad que ha transgredido precisamente su propio canon del buen gusto y del buen orden hasta el punto de que nos han tenido que colocar vallas y pintado de rojo carriles para los pasos como si fueran carrozas. Han tenido que colocar señales al modo de Barrio Sésamo para que no se coloquen sillitas en los cruces y hasta han llegado a cerrar los bares en la Madrugada vaya a ser que alguno se beba tres yintónics, se pelee con otro y, como resultado del ruido, comience una avalancha que recorra todo el Centro.
Fíjense si hay catetos en nuestra capital del mundo, por no decir carajotes integrales, que hay quien se planta en primera fila en Pureza para acampar allí con sus filetes empanados, la tortilla de patatas y la nevera -se han llegado a ver cachimbas y juegos de cartas- desde 12 horas antes de que salga la Esperanza de Triana. Uno, que con miedo al cierre de la calle por las aglomeraciones entró por el Altozano 45 minutos antes, se colocó a 15 metros de la puerta de la capilla en un hueco que había porque había tiradas en el suelo varias personas. Tras unos segundos de quejas por perturbarles su metro cuadrado de burbuja de protección, me mantuve impasible hasta que se convencieron de que no iba a moverme porque la calle es de todos. Pero hay quien definitivamente ha dejado de intentarlo porque creen que la partida la han ganado estos catetos que luego gritan de forma impostada a la Virgen y sacan el móvil para grabar la secuencia completa perdiéndose lo que llevan 12 horas esperando, y obligan al resto a asistir a una película vista en multitud de pantallitas.
Estos catetos desconocedores de las normas básicas de convivencia en una bulla, o caraduras de manual, se vieron en la Alameda cuando pasó la Macarena de regreso. Dos mujeres no precisamente jóvenes ni delgadas, que iban con sus parejas, al llegar la Virgen se subieron en los altos bolardos impidiendo la vista a todo el que tuvo la desgracia de haberse situado detrás. Hubo quien le afeó el gesto, pero fue mejor perderse a la Esperanza y verla en la siguiente calle que irse calentito a casa por el malencarado del marido, que llevaba un cubata en copa de balón.
Antes de decirle al mundo cómo es Sevilla, miremos hacia nuestro ombligo para descubrir que la chabacanería se ha hecho pelusa dentro. Comprendamos que los catetos los tenemos nosotros.
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