Los guiris somos nosotros
Seguimos practicando el deporte que consiste en poner de vuelta y media al ausente. Es curiosa la costumbre...
El aire era azul, y tenía esa placidez que tanto le gustaba a Juan Ramón. La temperatura se dejaba querer, y los veladores le ponían su silueta iluminada a la mañana. Había quedado con alguien importante, para darnos el gusto de tomar algo a la ... sombra de abril. Llamamos al camarero, que se presentó cuando la charla había cambiado de bando tres o cuatro veces. El encargado de traer las bebidas era de por ahí, y su acento lo delataba. Pedimos una cocacola y un zumo de naranja natural, o sea, que no fuera de bote.
Seguimos practicando el deporte que consiste en poner de vuelta y media al ausente. Es curiosa la costumbre que se da aquí… y donde no es aquí. Pasamos otra vez por este tema y el otro, cuando de pronto vino una camarera. Más que venir, fue una aparición. Lo decía todo en la lengua de Shakespeare, o sea, en inglés. Imposible sacarla de ahí. El idioma internacional es lo que tiene, colega. Mi amigo vertió la cocacola en su vaso, y yo le di un generoso trago al zumo de naranja. Continuamos la cháchara, y el tiempo destinado a ella daba las boqueadas.
Antes de irse a sus quehaceres, mi interlocutor empezó a pensar en voz alta, como si estuviera hablando consigo mismo: «Hay que ver adónde hemos llegado, ya no se puede tomar nada sin que sepas inglés, es el momento en que hay que cambiar el idioma, y quien dice esto, se queda corto, porque estamos más que colonizados, te entiendes con ellos en una lengua distinta, y no preguntes el precio, ya que te pueden clavar tres euros por esto, fíjate bien, porque todos los que están sentados aquí tienen el aspecto de haber nacido fuera de nuestras fronteras, ¿lo ves?, aquí solo hablamos español tú y yo, nadie más…»
Pidió la cuenta, sobre la que había hecho su pronóstico, y antes de irse estuvo a punto de acertarlo: fueron seis euros con diez céntimos. Se marchó como había llegado, manejando el teléfono con esa urgencia que ya echamos de menos. Yo estaba allí, muy cerca de donde se levantaba el mercado que los franceses habían diseñado para el cruce del cardo y el decumano, hace algo más de dos siglos. Hoy se alzan las setas, verdadero icono para algunos, que les gustarán a los noveleros, a los amantes de la ciudad desconocida de Jurgen Mayer.
Mientras esperaba, la idea empezó a anidar en el magín. Yo estaba situado entre la plaza de la Encarnación y la calle Regina. Siglos de trascendencia humana me contemplaban. Mi fiel amigo, de lengua afilada cuando hay que señalar los defectos que nos incumben, había dejado caer su frase definitiva. Y yo estaba allí para recogerla. Lo recordaba mientras a mi alrededor todo se llenaba con lenguas foráneas. Había que darle la vuelta al razonamiento. Era la pura verdad. «Los guiris somos nosotros».
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