Andalucía, de cine
El relevo
Álvaro Ybarra ha contribuido a transformar. A modernizar. Pero haciendo cumplir ciertos principios de esta Casa sin los cuales ABC sería solo un amasijo de palabras
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Iniciar sesión«Lo mejor que puedes hacer es no darme muchas preocupaciones». Confieso que cuando Álvaro Ybarra me soltó esa frase, hace tanto, al poco de que me nombrara director de ABC de Córdoba, no lo comprendí bien. ¿Se estaba desentendiendo de lo que pasara en ... la entonces verde rama del árbol centenario, precisamente cuando se la dejaba en manos de este por aquel entonces imberbe periodista? No tardé en descubrir que ni mucho menos.
Por supuesto, Álvaro estaba pendiente de la marcha del diario. Y si tenía que llamar, llamaba. Pero lo que no hacía, como tampoco ha hecho después, era anular a su gente injiriendo continuamente en todos los procesos del trabajo periodístico. Un defecto que sí he conocido en otros jefes y que termina capando la iniciativa de quienes componen los equipos, que se hacen peores. En periodismo, en política y en el diseño de tornillos industriales.
De Álvaro Ybarra Pacheco, relevado ahora por Alberto García Reyes, ya se ha dicho y escrito todo. Principalmente, por parte de quienes más codo a codo han trabajado con él. Yo siempre lo hice en remoto. A distancia. Pero pese a ello creo que puedo aportar otra cuestión fundamental, al menos para mí: Ybarra, gran periodista, buena persona y con estricto sentido de la justicia, ha sido siempre desde su atalaya un estricto —y sensato— guardián de las esencias, de los valores y de las formas de esta Casa. Las que sin duda han permitido que la aventura periodística y empresarial que constituye ABC, con todos sus problemas, permanezca viva y coleando más de una centuria después de su fundación. En el caso de Sevilla, ejerciendo un liderazgo absoluto desde hace mucho que ya se ha trasladado al conjunto de la región andaluza. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Por supuesto, Álvaro ha ayudado a transformar. A modernizar. A sacudir la caspa que termina emanando de cualquier vetusta cabeza. Pero sin olvidar y haciendo cumplir de manera efectivamente discreta determinados principios sin los cuales ABC sería sólo un amasijo de palabras juntas. En cualquier soporte. Toca dejar de hablar de nosotros mismos —pocas veces más justificado que ahora el desliz— y continuar esa tarea.
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