Andalucía, de cine

El llanto de los árboles

Su llanto es el nuestro, pero a este ritmo no van a quedar lágrimas para llorar tanta indecencia

Los que calzamos una cierta edad tenemos grabado a fuego que cuando el bosque se quema, algo tuyo se quema. Y los gorgoritos de Serrat, tú lo puedes evitar. Qué poco caso le hemos hecho. Cada verano las llamas avanzan con mayor descaro. Arrasan con ... ingentes extensiones de terreno forestal. Destruyen nuestros pulmones naturales. Se cobran vidas humanas. Las de héroes que luchan contra el fuego, las de despistados acorralados que pasaban por allí. Obligan a evacuar a miles de personas. El humo ciega sus ojos cuando abandonan sus viviendas sin saber si las volverán a ver en pie.

Parece una maldición. Contra la que no se pudiera hacer nada. En primavera nuestras autoridades, siempre tan competentes, sacan pecho por los muchos dineros que destinan al Infoca, y advierten circunspectos de que éste será un verano peligroso. Ya saben, el calor. A partir de ahí, sólo queda esperar a que prenda la mecha. Salen brigadas de a pie, aviones y helicópteros cuando el monte ya está ardiendo. Afortunadamente, podemos presumir de eficacísimos medios y valientes y abnegados efectivos humanos. Pero hay incendios que se apagan rápido y otros que después de un mes de pelea siguen activos. Detrás de la gran mayoría, la mano del hombre. Intencionada o negligente. Se apagan las llamas y hasta el siguiente. De nuevo, la autoridad, grandilocuente: este crimen no permanecerá impune, pagarán los culpables. Aún esperamos ver a los autores del fuego de Sierra Bermeja del año pasado esposados. Y tantos otros.

¿Lo asumimos entonces como condena inexorable? Los expertos nos martillean: el abandono de las políticas forestales, de la vida en el monte. Falla la prevención, la reforestación no es siempre la adecuada. Faltan recursos, como siempre. Pero también conciencia, por mucho discurso rimbombante que escuchemos. Hubo culturas arcaicas en las que la destrucción de un árbol conllevaba el ajusticiamiento del culpable. El argumento, sencillo: la vida de la tribu depende de los árboles. Su llanto es el nuestro. Ya no somos tan brutos; en eso sí hemos avanzado. Pero a este ritmo no van a quedar lágrimas para poder llorar esta indecencia.

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