Un golpe contra la adormidera
Da pavor comprobar cómo la ciudadanía asiste a estos días vertiginosos sin querer percatarse de la hondura de la crisis que se está cavando
Un amigo me cuenta que en los días más convulsos de aquel otoño de 2017 le invadió una sensación no conocida de odio por la que incluso pensó que estaba dispuesto a subirse a Cataluña a darse de tortas, o incluso algo peor, con quien ... fuese necesario. Lo achaca, también, a la medicación que estaba tomando entonces. Pero no resulta nada casual que lo rememore precisamente el viernes, mientras en el Congreso las fuerzas de progreso (¿?) se 'puigdemonizan' y, aun peor, equiparan pedir amparo al Constitucional con el golpe de 1981.
Como en 2017, como en 1981, vivimos ahora jornadas de infarto por encima de nuestras posibilidades. Vale, relativicemos, que falta hace. Por no aceptar sin más la derrota, recordemos que de ambas salimos y el corazón resistió. Creímos que más fuerte, incluso. Pero la sonrisa dura poco. Incólume, aparece la voz del optimista bien informado. El amigo, ya no medicado, atruena empeñado en apuntar a las múltiples diferencias que distinguen este crítico momento de aquellos.
Entonces, nos recuerda, fueron los más altos poderes del Estado quienes aplicaron el lenitivo necesario para que el riego siguiera fluyendo y devolvieron a la democracia unas constantes vitales digamos aceptables.
El consenso constitucional sobre lo que había que hacer fue definitivo; las decisiones de los jueces, la herramienta; la intervención del Rey, la rúbrica. Hoy, por contra, vuelan los cimientos de la arquitectura constitucional. El gran partido que fue el PSOE ha cavado una trinchera que con la apelación a Tejero llega al paroxismo; cualquiera la entierra. Los jueces son una marioneta para el poder, que les ha dejado inservible la toga de tanto mancillarla. Y sólo faltaba recurrir al Rey para que nos tacharan de medievales.
Hoy, además, da pavor comprobar cómo la ciudadanía asiste a estos días vertiginosos sin querer percatarse de la hondura de la crisis que se cava. No quiero para nadie el mismo medicamento que enardeció a mi amigo. Pero me rebelo ante la administración general de adormidera. Aquí sí, demos el golpe. Si no, cuando despertemos quizás ya no haya nada que hacer.
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