PÁSALO
El síndrome de Bonanza
La Agencia Espacial de Sevilla tiene menos papeles que un patinete en el Metro
En Cambridge, los que logran superar las exigentes pruebas para hacerse con el Máster en Matemáticas Avanzadas significándose como premio extraordinario se someten a una liturgia académica rebosante de simpatía universitaria. Un lector, ante un público ávido y deseoso de tirar birretes al cielo, lee ... en latín los méritos, la nota y el nombre del premiado con la máxima calificación de una de las pruebas matemáticas más complejas del mundo. La liturgia concluye con el lector rompiendo en mil pedazos la hoja del agasajado y tirándola al cielo, como si fueran confetis de una fiesta cojonuda y divertida del saber. En Sevilla, con lo que nos cuenta Mercedes Benítez de la situación por la que atraviesa la Agencia Espacial, no podemos romper papeles y tirarlos al aire como en un revival 'after punk'. Simplemente porque no hay ni méritos ni papeles que romper. La Agencia tiene menos papeles que un patinete de los que quieren hacerse sitio en el metro y, mes y medio después de su presentación en la ciudad como una segunda Expo inversora, nos quedamos como si nos hablarán en latín: confusos y sin entender nada, pero sí con la certeza de que todo fue una patraña venalmente electoral. Por ahora tendremos que conformarnos con los cohetes que se hacen en Umbrete.
Lo de la ceremonia académica de Cambridge me lo contó hace unas semanas uno de los pocos sevillanos que ha sido protagonista de semejante distinción: el astrofísico trianero de veinticuatro años Curro Rodríguez Montero, que aprovechó las vacaciones navideñas para, entre otras cosas, maravillarnos con una charla sobre las galaxias y el arte. Curro regresó a la civilización, a un departamento que maneja setecientos millones de libras y a sus sobremesas estelares con un compañero de trabajo, el señor Roger Penrose, premio Nobel de Física de 2020. Visto lo visto no tendrá prisa alguna en recalar en la nonata Agencial Espacial de Sevilla, puesto que está en fase gaseosa, como polvo estelar, sin que sepamos nada sobre su apertura, su financiación e inauguración. Datos todos que se ajustan al síndrome Bonanza. Al síndrome tan sevillano del canal Sevilla-Bonanza. Una clave genética de nuestra condición que supera tiempos e ideologías para acunarse en el fatalismo de nuestra impotencia. Le hemos puesto el nombre al niño antes de bautizarlo y, cuando llegó la hora, el embarazo era imaginario…
Estamos sumergidos, casi ahogados, en esa rutina demencial que tan divinamente describe la estrofa de Joaquín Sabina: «Y la vida siguió / como siguen las cosas que no tienen mucho sentido…» Desde la Exposición Universal, en Sevilla se ha invertido casi lo mismo que en inteligencia artificial en Burkina Faso, un disparate de nada. Y la vida sigue como las cosas que no tienen sentido. El síndrome de Bonanza nos tiene más quemados que el mapa de la antediluviana serie televisiva. Y las mangueras que se prestan para apagar el incendio las pisa el bombero de la política. Antes que Agencia Espacial tenemos patraña especial. Pero mantas en la UPO y en el Gobierno para abrigarnos del frío estelar de nuestra condición, más que Paduana…
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