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PÁSALO

El regreso

Deshacer las maletas es empezar a normalizar lo que hasta ahora fue excepcional

Felix Machuca

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Todo te hacía presagiar que el tiempo estaba cumplido. Las distintas cenas de despedidas con los amigos, cierta melancolía septembrina anticipada en tus paseos por las playas, las confidencias más íntimas a una puesta de sol que ardía en rojos pompeyanos por poniente, un indisimulable ... mal humor sobrellevado por la experiencia de lo inevitable y el respingo chocante de ver las maletas en el altillo esperando a que te decidieras darles uso para el regreso. Ese día es hoy. O quizás lo fuera ayer o hace una semana. Lo importante es que, cuando abriste las maletas en tu palacio de invierno, algo detectaste en el radar de la memoria, quizás el olor de una rama de espliego, la naturaleza muerta de una concha atlántica o un fogonazo de luz de una playa de Sorolla atrapada en un bañador. Abrir las maletas tras el regreso es volver un poco adonde viniste para ser libre, feliz y millonario en sentimientos. Recreando fugazmente, a esa velocidad que tiene la luz de la memoria, la majestad omnipotente que respiraste en cabo Sardao, el añil y blanco del caserío de Zambujeira do mar, las árticas temperaturas del mar de la playa de Malhao o el paladar con el que tratan a las lubinas a la brasa los cocineros de casa Luís, en el camino costero de Sines. Todo eso y mucho más, asuntos todos que van del corazón al corazón, salen de las maletas de regreso, las que acabamos de abrir hace unas horas para empezar a normalizar lo que fue excepcional.

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