Pásalo
Eclipse de sol
La vida de los malditos siempre es más pedagógica que la de un director general
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Iniciar sesiónVenir al mundo, tener talento, saberte excepcional y que te alcance el malditismo es una de las muchas maneras que la vida tiene para maltratarte. La de Helios Gómez, el artista de la corbata roja, como lo definió su única biógrafa, la alemana Úrsula Tjaden, ... encaja a la perfección en ese casillero donde brillan rutilantes diamantes negros, artistas marcados por la excelencia de sus creaciones y por la diabólica pertenencia al grupo de los inadaptados. Me acuerdo de Sawa, Ressendi, Modigliani o nuestro cercano y querido Silvio, también marcado, como Helios Gómez, por una sangre alumbrada por lunas gitanas. Helios fue un trianero, hijo de padre masón, que nació o se sintió gitano de por vida, dibujante, escritor, revolucionario, anarquista, trotskista, comunista y uno de los pocos creadores sevillanos que en los años veinte, estaba interconectado con las vanguardias europeas. Se le imputan dos asesinatos durante la guerra civil, perpetrados sobre dos oficiales del ejército republicano, en cuyos batallones luchaba contra el fascismo. Y formó parte de la columna Durruti. Con estos antecedentes no es de extrañar que integrara la turba flamígera del Moscú sevillano, que asaltó iglesias, quemó conventos y culpó al cielo de lo que los hombres dejaban de tener en la tierra.
Albertí llegó a llamarle a la Macarena camarada. Y la bonhomía de Machado le escribió a Lister: «si mi pluma valiera tu pistola/de capitán, contento moriría». Eran tiempos convulsos donde un santo podía llevar dos pistolas y Jesús un fusil de asalto. Es el hombre caminado hacia la caverna donde anidan las culebras, los escorpiones y los murciélagos del cainismo. Ni se es ser ni se es humano. Todo lo borra la dinamita fratricida. Y en las guerras ese salto hacia atrás se da con suma facilidad. Helios, que antes de nuestra guerra civil, se había pasado algunos años en el paraíso soviético, le reconocería, años después a Ramón J. Sender, que en Rusia le faltaba libertad para crear y crecer. El partido comunista le indicó que dejara de pintar alentado por el cubismo y el futurismo, para hacerlo bajo los dictados académicos del realismo soviético, mucho más conveniente para la propaganda política. La libertad de un artista nunca se encuentra en los manifiestos. Te la concede esa frase tan nuestra que defiende que uno manda en su propia hambre…
Un sol eclipsado por los reveses de una vida repleta de decepciones, sinsabores y presidios, lo llevó en la Modelo de Barcelona, donde lo encerró el franquismo de la posguerra, a pintar la llamada Capilla Gitana en el techo de una de las celdas. Le hizo caso, qué ironía, al capellán de la cárcel, que se lo pidió para engloriar a la Virgen de la Merced. En plena democracia, la encalaron, perdiéndose una de sus obras más alabadas por los especialistas. Si hoy le dedico estas líneas a Helios Gómez es porque la vida de los malditos siempre es más pedagógica que la de un director general. Y porque vivir acaba enseñándote lo que encierra un círculo. En el convento de San Clara se expone una exposición dedicada a Helios Gómez, el hombre que en su juventud quiso quemarlos y que hoy acoge su obra con absoluta normalidad.
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