PÁSALO
Domingo Pérez
En el instituto sabíamos que vivía en el Sánchez-Pizjuán y fue nuestro Homero para contarnos las odiseas del fútbol
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónNos conocimos en blanco y negro, en un tiempo ya lejano donde estos días estaban por inventar, en lo bueno y en lo peor. Ambos estudiábamos COU en el instituto Martínez Montañés, a dos naranjazos de la vieja Piscina Sevilla, la de los toreros jugando ... al frontón, la de la bolera americana, la de la piscina olímpica, la del campo de fútbol de tierra donde jugaban los de regional de aquellos años. Domingo ya era un chaval medido en sus palabras, tendente a salir poco del alcázar de su carácter, buen compañero y un atractivo imán para los que militábamos en los colores de Nervión. Todos procuramos su amistad. Sabíamos que vivía en la barriga del Sánchez Pizjuán y que estaba en el secreto inaccesible para los no iniciado de lo que decían, hacían, fabulaban y forjaban las leyendas locales los futbolistas. Era como tener de amigo a Homero para ponerte al tanto de las odiseas de nuestro futbol más idealizado.
Domingo vino al mundo marcado por el ADN de su saga familiar. Su abuelo fue futbolista, su abuela lavandera en el antiguo Nervión, su padre, Manolito Pérez, el guardián del agua milagrosa que hacia resucitar a los caídos por puntapiés en la grama y él se hizo uno de los fisios más estimados del fútbol español. Ambos, padre e hijo, gozaban del respeto de las dos orillas peloteras locales. Un día me contó que, en el Villamarín, mientras calentaban los jugadores en banda, los aficionados se dedicaron a firmar versos duros para practicar el tiro al blanco…. Domingo miró a uno de los vociferantes y el iracundo le dijo: esto va por todos los sevillistas menos por ti y tu padre, que sois dos fenómenos. Domingo se partía de risa. Aunque los tiempos no daban para mucha fiesta. Y las manillas del reloj blanco eran de plomo...
Nunca olvidó cómo en tan dura edad del metal, el equipo entrenaba en el parque de María Luisa, tiesos y momificados los presupuestos, organizándose los futbolistas en grupos que llegaban en sus coches particulares para hacer carrera continua a las órdenes de Tosato. Tampoco olvidó, ya casado y viviendo en el Sánchez Pizjuán, la licuadora que alguien le regaló con motivo de su boda, en la que le sacaba el alma a las naranjas y limones que el doctor Leal Graciani se encargaba de recoger de su pequeña finca en Castilleja de Guzmán para nutrir a los jugadores. Todo era así de austero y militante. Todo era así de doméstico y comprometido. Cualquier semejanza con la actualidad es pura blasfemia…
A Domingo lo hizo mundialista Miguel Muñoz, que lo conocía bien de su paso por Sevilla y valoraba sus conocimientos profesionales. Pero donde nuestro inolvidable amigo alcanzó la internacionalidad de su bonhomía fue en el trato diario con el mundo y sus circunstancias, con Muñoz o con Bilardo, el que patentó que los nuestros son los de colorao. En plena ola de calor se nos fue un amigo, un sevillista de cuerpo y alma, para helarnos el corazón y hacernos regresar a la nostalgia juvenil de aquel instituto donde todos procuramos su amistad a través de la alquimia de los colores…
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete