TRAMPANTOJOS
Tardes de sol y mareas
Sevilla y Sanlúcar son dos lugares unidos por la historia y la geografía de las emociones
En estas tardes de verano llega al atardecer el soplo de marea, el olor del Guadalquivir que trae el aire del mar. Es un aroma de salitre y sol, arena y riberas. Un hilo que une a Sevilla con Sanlúcar de Barrameda, dos destinos enlazados ... por la historia y la geografía de las emociones.
Galopan los caballos de Sanlúcar, veloces centauros que se reflejan sobre la arena de la bajamar. Y en el espejo de la playa se proyectan los cielos que pintó Carmen Laffón, que allí tenía su refugio. Los cielos de Sevilla y los de Sanlúcar son los mismos: azulísimo malva, ciruela, ceniza, ámbar y un blanco que no es blanco.
Sanlúcar era el antepuerto de Sevilla, entrada y salida a las Indias, el lugar que conecta con las crónicas ultramarinas. El Guadalquivir convierte a este paraíso fluvial y marítimo en capital del Siglo de Oro. Plata y nuevos mapas del mundo. «Partimos de Sanlúcar con viento de garbino», escribe Pigafetta, cronista de la Primera Vuelta al Mundo.
Aunque luego llegara la derrota, la decadencia, el ocaso. Lo que el río dio, el río lo quitó. El Guadalquivir, precisamente por las mareas, iba perdiendo calado por los sedimentos aluviales y los restos de barcos hundidos. En la temida barra de Sanlúcar encallaban los navíos que superaban el tonelaje. Así el monopolio comercial se traslada a Cádiz, abierta al mar y sin la complicada travesía del Guadalquivir.
Pero ahí está la historia común de Sevilla y Sanlúcar. La playa de Sanlúcar era también la tradicional de los sevillanos, hasta que cambiaron las modas. Era la corte chica de los Montpensier y, a pesar de que había quedado atrás en la historia, aún se producían prodigios. Como cuando unos delfines llegaron aturdidos por las mareas a Sevilla y se congregó gente para ver la curiosa escena. Allí se conocieron los padres de Antonio Machado en una tarde de sol que él creía recordar o haber soñado alguna vez. Una tarde de sol como la de este verano en la que llega ese olor a soplo de marea, a caballos veloces corriendo en las orillas y a madera de antiguos galeones.
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