TRAMPANTOJOS

El regalo de Antonio López

Sevilla entra en el linaje de los paisajes que el maestro legará a la posteridad, una ciudad con un corazón misterioso de «blanco amarillento»

El maestro Antonio López asegura que el color de Sevilla es un blanco amarillento que le recuerda a África. Es esa luz de verano en la que aún estamos sumergidos, un amarillo entre viscoso y ascético que al artista le sugiere una especie de Sevilla ... quintaesenciada.

Sevilla es una de las ciudades elegidas por Antonio López para ser inmortalizada. Entra así en el linaje de los paisajes que legará a la posteridad. Podemos ver el resultado de esa obra en marcha en el Colegio de Arquitectos, que se ha volcado en las actividades de la Semana de la Arquitectura de Sevilla, una cita que nos ayuda a entender el alma de la ciudad de ahora mismo y a intuir la que vendrá.

Dos lienzos de gran formato nos muestran la Sevilla de Antonio López desde una perspectiva insólita, nueva, asombrosa. Es una imagen a vista de pájaro realizada desde la Torre Schindler en la Cartuja. Antonio López es ya un poco más sevillano, cansado de tanto mirarla hasta descubrir el corazón misterioso de ese «blanco amarillento». Además, el artista se incorpora a la tradición de las Vistas de ciudades, un género que en Sevilla cuenta con un álbum prodigioso, desde las que realizó el pintor flamenco Joris Hoefnagel hasta el anónimo autor de la imagen que más le gusta a López, la de la Sevilla de 1660 que se custodia en la Fundación Focus Loyola.

Por esa ventana al pasado barroco, se ha colado alguna vez Antonio López. Ha caminado por la ribera del Guadalquivir que olía a ultramar contemplando desde Triana el compás de las naos y el bullicio del paisaje humano del Arenal. Sin embargo, las vistas aéreas del maestro contemporáneo nos devuelven una ciudad muy diferente, en calma y silenciosa, casi dormida en ese blanco amarillento.

Otro de los grandes regalos que nos ha hecho Antonio López es permitirnos contemplar esa vista antes de que esté terminada. Es prodigioso admirar esta obra en marcha, en proceso, aún respirando. Un regalo fruto de la honradez de este artista que nos invita a presenciar lo que está ocurriendo en su taller con las anotaciones de medición, las manchas y arrepentimientos. Lo que está, lo que no está y lo que tal vez pueda estar.

En estas vistas de Sevilla también hay otro elemento clave en la obra de Antonio López: el tiempo. El artista tarda en pintar cada una de sus obras. Por eso, apreciamos la pátina del tiempo, las capas de la memoria depositadas en el lienzo. Son cuadros que respiran, que duermen, que viven y que envejecen.

Antonio López lleva pintando esta Sevilla desde 2012 y continúa. Lo perturbador es que sabemos que esa ciudad de blanco amarillento está cambiando de piel, desdibujándose, borrando el aura de su pasado para convertirse en un lugar sin alma, tan moderno como vacío. Así que dentro de ese cuadro aguarda la duda inquietante, el temor a que cambien demasiadas cosas en el paisaje que está pintando un genio.

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