Los murales de la Constitución
Celebramos el 6 de diciembre en un tiempo perturbador: sabiendo que vivimos en una encrucijada histórica
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Iniciar sesiónCuando yo era pequeña el 6 de diciembre era un concurso de juegos manuales. Quizás no esté tan lejos de lo que se hace hoy, con sus trampas incluidas. La prueba era componer un mapa de España, jugar con los símbolos identitarios y algunos artículos ... destacados del texto constitucional. Para los niños de la época, nada demasiado diferente de las fórmulas matemáticas, las definiciones de física o los tratados históricos. También es verdad que entonces —en los tiempos de la EGB— se estudiaba mucho y bien.
Siempre he pensado que aquella generación nacida en la década de los setenta fue un grupo raro y casi privilegiado. Estudiamos sin el dictador, fuimos educados por padres y profesores jóvenes que estrenaban democracia y no conocimos la Logse. Somos los hijos del mundo de ayer donde el conocimiento y la excelencia se premiaban. O eso creo…
Se celebra ahora la Constitución en un tiempo perturbador. Unos piensan que se ha traicionado el texto sagrado, otros que ya es tiempo de modificarlo. Y algunos más se empeñan en dinamitar sus cimientos, sin ni siquiera tener la ambición de teorizar y contraargumentar su ideario.
Es evidente que algunas grietas han surgido en el pedestal sobre el que se levanta el edificio constitucional. También se ha colado el polvo, el tiempo, la humedad y sus mohos. Hay quien de tanto empeño en protegerlo lo ha convertido en un ser sin capacidad inmunitaria, vulnerable y frágil al acecho oscuro de los vientos sucios. Y otros hay que han erosionado la piel frágil de las estatuas por un exceso de desdén, orgullo y soberbia.
¿Y ahora dónde estamos? Sin duda, en una de esas encrucijadas de la Historia. Muy lejos desde luego de esos tiempos en los que hacía murales intentando adivinar qué época me tocaría vivir. Yo intuía que se estrenaba algo importante, pero debe de ser la ingenuidad con la que se recuerda el pasado y, sobre todo, los años dulces de la infancia.
Luego tuve la sensación de que había nacido demasiado tarde. Parecía que a todo llegaba cuando se apagaban las luces. En la profesión periodística empecé cuando todo comenzaba a languidecer. Ya nada era como en los tiempos salvajes donde se estrenaban las libertades y la democracia. Sólo me quedaba el relato oral de los que habían vivido aquel tiempo de héroes en una España adolescente.
Más tarde llegó un brevísimo destello que se apagó cuando el periodismo se perdió en los laberintos de las nuevas tecnologías. Falló el modelo de negocio y de aquellos polvos sufrimos estos lodos.
No sé si será el dichoso y traicionero síndrome de la Edad de Oro, esa engañosa sensación de que todo tiempo pasado fue mejor, pero aquellos años en los que yo componía murales y paneles de la Constitución en clase me parecen los más felices del mundo. Ese momento en el que el presente olía a cartulina, pegamento y purpurina sin que hubieran aparecido la confusión, las mentiras y el desengaño que aguardaban en los mapas del futuro.
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