Trampantojos
El Jesús de Salustiano
Ya Pacheco advertía sobre cómo había que pintar las figuras sagradas para que «no hubiera boca del infierno»
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónAsombra el debate sobre devoción, arte y sexualidad que está provocando el cartel para la Semana Santa. Igual que ocurrió con la Real Maestranza de Caballería y sus encargos de cartelería taurina a artistas transgresores, el también conservador Consejo General de Hermandades y Cofradías ha ... optado —no sabemos si de forma muy consciente— por la heterodoxia. Algo que contrasta con su línea histórica de encargos porque, salvo estupendas excepciones, estas imágenes parecían ancladas en un no-tiempo, mezclando la exaltación neobarroca y el costumbrismo más plano.
Salustiano es un artista de trayectoria internacional con un estilo que bascula entre la modernidad y la evocación clasicista del Renacimiento. Ahí están sus retratos que recuerdan a personajes renacentistas que miraban a una infinita lejanía llenos de aparente frialdad y melancolía, figuras que parecían inexpresivas, congeladas en su silencio, pero que desvelaban una intensa vida interior.
Entre las opiniones sobre el cartel me quedo con el de una señora a la que no le gustaba el Cristo porque «estaba demasiado resucitado». En ese aspecto creo que reside parte de la incomodidad de los creyentes que se han sentido airados. Y es que la Semana Santa está profundamente marcada por la cultura del tormento. El camino de la devoción parece más directo con el Cristo crucificado en trance hacia la muerte que ante un tratado de belleza. Salvo si se trata de una figura femenina, como la de la Virgen, donde no se cuestiona la hermosura. Antonio Machado, que tantas veces caminaba a contracorriente de sus paisanos, lo definió en su poema: «No quiero cantar ni puedo a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar». Y este Cristo de Salustiano está definitivamente demasiado vivo…
Pero la polémica está también en otro aspecto del Jesús de Salustiano. La curva praxiteliana de la cadera lo entronca con una tradición que siempre estuvo muy controlada por la iglesia y advertida en los tratados artísticos: la decencia y decoro con el que había que pintar a los ángeles mancebos para que no parecieran hermosos efebos.
Pacheco dedicó parte de su tratado 'Arte de la pintura' al polémico asunto. A fin de cuentas, era veedor de pinturas sagradas, es decir, censor. Advertía el suegro de Velázquez sobre cómo había que pintar las figuras sagradas «porque los ojos castos y píos no se ofendan» para que en los cuadros «no hubiera boca del infierno». Claro que Pacheco era un hijo de su tiempo y aplicaba a la pintura una lógica mirada fruto del espíritu de la Contrarreforma.
Ya lo insinuó otro poeta sevillano en una imagen que desvela las fronterizas sensualidades religiosas. ¿O no ocurría eso con aquel dulce de convento —las yemas de huevo hilado— que Luis Cernuda erotizaba al compararlo con morder los labios de un ángel? Al final, quedémonos con la maravillosa paradoja de una ciudad que encierra el secreto de la contradicción: la eterna dualidad entre ortodoxos y heterodoxos. Una ciudad que nunca aburre…
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete