TRAMPANTOJOS
Jean Canavaggio en el Parnaso
Murió el gran hispanista y precisamente hoy recordamos sus lecciones cervantinas sobre la sabiduría de las mujeres
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Iniciar sesiónEN este verano de noticias intensas en el que parece que el mundo estuviera dándose la vuelta y a punto el final de los tiempos, murió Jean Canavaggio, el gran cervantista. Otro hispanista que alumbró nuestras penumbras para desaparecer en la oscuridad de los siglos.
De nuestros hispanistas recuerdo sus preciosos acentos. Los imagino en sus juventudes dejándose las miradas azules en los legajos de los archivos, adivinando la pronunciación desprendida del habla vieja castellana. Y luego viajar a la fascinante y cruel España para aprender el idioma y no entender nada, porque vieron cuán lejano era el lenguaje de los libros y el de los personajes reales.
Murió Jean Canavaggio, nuestro ilustre cervantista, y debe de estar ya en el Parnaso, donde de seguro lo ha invitado su admirado Miguel de Cervantes que en esta obra despachaba a amigos y a enemigos; y resolvía celos, venganzas, lealtades y entuertos, que así parece que la literatura es el refugio para la justicia de los débiles, los hijos de la pluma, los poetambres de todos los tiempos.
Canavaggio ya está en el Parnaso junto a su amigo Cervantes. Recuerdo una noche gloriosa en la que junto a otros amigos -Rogelio Reyes, Alicia Almárcegui, Anabel Morillo- estuvimos cenando con el hombre que probablemente más sabía de Cervantes. Ojalá mi memoria me devolviera el detalle de la charla entre entremeses y bodegones, pero sólo me queda la limosna de algún vago recuerdo y la dedicatoria que me escribió en su biografía cervantina.
Con los profesores Rogelio Reyes y Pedro Piñero he recorrido los caminos cervantinos de Sevilla. Y Canavaggio me contó cómo en esta ciudad gozó y sufrió Cervantes a partes iguales. Ciudad de placer y dolor, de hedonismo y tormento. En el laberinto andaluz, Cervantes comprendió la condición humana. El ruido y la confusión, el desengaño barroco. Y en Sevilla, capital del dolor y la gloria, del pecado y la oración, encontró el fondo claro de todas las cosas. Y así pudo escribir.
En estos días que han sido trascendentales para derribar muros y desvelar siglos de silencio e injusticias contra la mujer, también Canavaggio nos señalaba las lecciones que nos dio Cervantes sobre la sabiduría de las mujeres. Ahí está la pícara inteligencia de las Cervantas, mujeres avispadas en el vivir.
Y, por supuesto, una de sus criaturas de ficción, la hermosa Marcela, libre e independiente, acusada de provocar la muerte de Crisóstomo por no haber respondido a sus galanteos. Ay, pobres mujeres incitadoras, malvadas y pecadoras... «Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Que si a Crisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Antes le mató su porfía que mi crueldad». Por ventura, lecciones del siglo XVII para sobrevivir en el siglo XXI.
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