TRAMPANTOJOS
Cernudiana de septiembre
Cernuda-Albanio ha regresado a Sevilla para recordar los septiembres de su infancia. ¿Nos quedará algo de la ciudad reflejada en «Ocnos»?
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Iniciar sesiónEs septiembre y Cernuda regresa a Sevilla. Vuelve a pasear por la ciudad-Ocnos en el mes en que nació, cuando el viento fresco se cuela por los callejones en estrenados perfiles del aire. En este 2023 se cumplen también sesenta años de su muerte ... en el México del amargo exilio. Y hoy en el Instituto Cervantes en Madrid se guardará su legado en la mítica Caja de las Letras, donde se custodia la memoria de nuestros escritores. ¿Qué elegiríamos de Luis Cernuda para recordarlo? Como él escribió: «Un olor de azahar, aire. ¿Hubo algo más?».
Cernuda-Albanio ha regresado a Sevilla para recordar los septiembres de su infancia. ¿Quedará algo de esa memoria que permanece congelada en el tiempo gracias a su libro «Ocnos», escrito desde la nostalgia del destierro? Esa Sevilla de «Ocnos» es una ciudad que ya no existe más que dentro de sus páginas, aunque no se cite su nombre en ninguna de ellas.
En la calle Acetres se asoma Cernuda a la casa natal. ¿Qué pensará del eternizado proyecto para crear un centro dedicado a su memoria? Quizás no le extrañen los retrasos institucionales porque conoció bien los pasillos grises de la burocracia cuando intentó prepararse unas oposiciones municipales, cuestión que le amargaba las horas. En Acetres la vela sigue echada, sumiendo el ambiente en una fresca penumbra. Un lugar que permanece en suspenso o en el limbo, como tantas otras cosas.
Continúa Cernuda el paseo por nuestra Sevilla de hoy y se sorprende de que esos patios de fuentes y latanias se han convertido en hoteles con encanto. Y reconoce algunas tiendecillas en la Plaza del Pan, aunque ya no huela a pan y en vez del trajín de los gallegos que transportaban mercancías lo que suene sean las ruedas de las maletas de los turistas.
Llevaba en la memoria el poeta el olor y el sabor del pan, «aquel pan de Alcalá de Guadaira, quién lo probase otra vez», decía con hambre de añoranza en el exilio. En «Ocnos» también nos pasea por el sabor de las yemas de huevo hilado, los polvorones de cidra o de batata que compraba tras atravesar los muros blancos del convento, el portón, los arcos, porque «para un andaluz la felicidad aguarda siempre tras de un arco». Y allí, en la penumbra conventual, saboreaba los dulces y «parecía como si mordiéramos los labios de un ángel».
Había paisajes sonoros que ya no existen como el de los pregones callejeros de claveles, pejerreyes y la alhucema fresca para los braseros del invierno. Ya no hay ni invierno ni braseros. Ni tampoco el magnolio que guarda la entraña de su poesía, porque ahora en Sevilla los árboles se caen al más mínimo perfil arisco del aire.
No sabemos si Cernuda reconocería hoy su ciudad natal o sentiría la tortura de la indiferencia y el olvido, pero al menos nos queda poder pasearla en «Ocnos» donde siguen soñando sus dioses sin tiempo.
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