El año nuevo viejo

En las celebraciones de Nochevieja suele aparecer el año que declina como un viejo a punto de agonizar, mientras que el año nuevo se representa con un niño ante su corta vida de 365 días por delante. Sin embargo, intuyo que 2024 está asomando ya con cara de anciano, como si conociera todas las amarguras de la vida antes de haber nacido.

Nace viejo porque en su bautizo están convocadas todas las pesadillas repetidas desde hace siglos. En sus primeros días campea a sus anchas la guerra tan vieja como el mundo. Y el paisaje que contemplará es el de los campos áridos, los árboles agonizando, el fruto seco y las flores marchitas. La sequía de hace cientos de años con su rostro de anciano enjuto, la piel como un pellejo y el andar de unos huesos cansados.

Como paradoja, este 2024 añoso como un trasabuelo viene además a plantarse en una sociedad que expulsa a los mayores, condenados en un mundo de juvenilia hipnotizado por la dictadura de los perversos juegos de la tecnología. Una paidocracia que nos condena a la infantilización, símbolo inevitable de una época. Así que este 2024 que nace ya decrépito, vivirá en un mundo que no es para viejos. Ironías de la vida…

Aunque pensemos que a la vejez también la acompañan ciertas virtudes como la experiencia, la memoria y -sólo a veces- la sabiduría. Ojalá el nuevo año que nace tan viejo venga cargado de las lecciones de la Historia, que sea un anciano digno de ese tratado del arte de envejecer que fue «De senectute», de Cicerón, donde se elogiaba a los provectos que habían vivido con sensatez. Un 2024 maestro en el arte de vivir desde la dignidad y la decencia, a pesar de haber heredado los históricos males de la tierra.