EN LÍNEA
Veraneo en el metaverso
Entre la masificación y la falsa sofisticación, la pérdida de autenticidad de las vacaciones terminará por empujarnos al turismo virtual
Sevilla
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Iniciar sesiónUNO, que es más de julio que el mismísimo San Fermín, deambula ya por los páramos agosteños con la remembranza de las vacaciones invadido, golpeado incluso, por un sabor un tanto amargo de ese tiempo de descanso que se aleja angustiosamente en el almanaque. Porque ... entre otras cosas, las semanas de asueto han terminado por confirmar, una vez pasados los dos estíos del agujero pandémico, la desgraciada tendencia social encaminada a una pérdida de autenticidad que todo lo conquista. Y el veraneo, un evidente momento de clímax de interactuación humana, no iba a ser menos. Era imposible la salvación.
Si no se es prácticamente un hereje o un abducido, el famoso mes de ocio personal —para el que puede disfrutarlo moviéndose un poco de su área habitual— ha terminado también transformándose para cualquiera en otro elemento agresivo, antinatura y hasta incómodo, lo que acaba siendo una verdadera paradoja. Pero así somos. Las vacaciones son ya una nueva víctima confirmada de la masificación y, sobre todo, de una enfermiza impostura vinculada a una supuesta sofisticación en realidad vacía, poco más que un trampantojo que ha convertido una ración de calamares fritos de diez euros en una experiencia de craken en tempura de treinta. La muchedumbre todo lo saquea, todo lo reduce a un estudio fotográfico para posados mostrando tatuaje y todo, al fin y al cabo, lo estropea. Y se hace inevitable lamentar la cantidad de cosas que la gente se va a perder porque, sencillamente, ya no existen por culpa de ese aluvión. Nadie puede disfrutar en los meses centrales del año del infinito placer de pasear sin gentío por la playa de las Catedrales, por las finas arenas de Mónsul, por la plaza del Obradoiro, por el atardecer en la Jara mirando el ocaso, por el Dorsoduro veneciano o por el Chiado lisboeta. Del móvil al like, el encanto del turismo en general y del veraneo en particular ha claudicado. Perdimos la mayoría de los paraísos por morder tantas manzanas.
La multitud se ha apropiado de cada rincón y nos hemos visto empujados hacia un destino inexorable que por supuesto no hemos elegido. Todos los caminos llevan al mismo sitio. Y no es Roma, donde ya tampoco se cabe. Porca miseria. Al final, nuestro triste porvenir será acudir al metaverso, ese mundo virtual que nos están construyendo a modo de arcadia feliz en el que podremos ser altos y guapos, tener éxito y flequillo vigoroso, triunfar en el amor y, por qué no, visitar Montmartre en soledad o, todo lo más, de la mano del avatar de Marion Cotillard. Una vez termine de degradarse por completo el tiempo de canícula, entre los selfies, los dos turnos de cena en el chiringuito y las colas de horas para los monumentos, la realidad virtual a la que nos conectaremos mediante un dispositivo comenzará a parecer el mejor de los veraneos. Allí nos recrearán las mejores playas semidesiertas, bucólicos paseos junto al Arno o visitas al Museo Rodin. Aunque esta última, eso sí, con el riesgo de que nos topemos con 'El pensador' y nos dé por imitar el comportamiento de la figura pétrea.
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