EN LÍNEA
El ejemplo
Lo que la Iglesia andaluza ofrece estos días al hablar de migrantes es lo que falta en la arena política: integridad, humanismo y coraje
Existe aún una especie de islote a salvo de los mensajes o demasiado radicalizados o demasiado ambiguos o demasiado tibios en torno al drama de la inmigración. El obispo de Almería, Antonio Gómez Cantero, mostraba hace unos días una acérrima defensa del nuevo centro de ... acogida que se ubicará en el seminario menor de la ciudad. El sacerdote subrayaba que se destinará a la formación sociolaboral y que no se trata de «un lugar conflictivo para personas problemáticas». Fue claro en su espaldarazo. «Si hiciera falta, yo mismo me vendría aquí a vivir con ellos», proclamó con valentía y con actitud ejemplar. Enojado y triste, salía así al paso del rechazo mostrado por un grupo de padres del colegio adyacente al seminario en el que está previsto poner en marcha este dispositivo para ayudar a los jóvenes migrantes. «No se trata solo de dar cursos —dijo—, sino de crear un hogar. La Iglesia siempre ha estado allí donde ha habido necesidad: con los enfermos de sida, con los emigrantes españoles en Francia, con quienes nadie quería acoger. Y ahora nos toca estar aquí».
Varios días después, en una entrevista en ABC, el nuevo obispo de Málaga, monseñor José Antonio Satué era aún más categórico y congruente. «Los cristianos no podemos hacer otra cosa que acoger a los inmigrantes», dijo para añadir que «los inmigrantes son personas en una situación muy complicada. Cuando se habla de los niños con tanta ligereza me duele el corazón. Lo que no podemos hacer es que esos niños se conviertan en una pelota de ping-pong para luchas políticas». Sin dejar de admitir el derecho de los estados a un flujo migratorio reglado, también Satué golpeó las conciencias en seco.
El contraste con la esfera política es evidente. Mientras la Iglesia habla de dignidad, acogida y responsabilidad, el debate público se desliza entre la tibieza calculada de quienes prefieren no incomodar a nadie y el estruendo interesado de quienes utilizan la inmigración como munición electoral. Unos se refugian en eufemismos y otros alimentan el miedo. En medio, los protagonistas de la historia quedan reducidos a cifras, eslóganes o chivos expiatorios. En el sur, el gesto de dos prelados ha recordado que la cuestión migratoria no es un asunto para campañas, sino una prueba de coherencia moral. Han sido ellos, y no los partidos, quienes han hablado con claridad, asumiendo incluso el coste de ir a contracorriente frente a protestas vecinales o discursos envenenados. Mientras la política calcula votos, desde lo alto de la cruz se le ponen rostro y voz a los invisibles. Lo que la Iglesia andaluza ofrece estos días es precisamente lo que falta en la arena política: integridad, humanismo y coraje. Y en un tiempo en que el ruido lo devora todo, no deja de ser paradójico que la lección venga de quienes, con menos poder pero más autoridad moral, se atreven a decir lo que otros prefieren callar.
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