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Semana Santa embrutecida

Sillitas y móviles son los dos objetos que mejor simbolizan el cambio, para mal, de esta fiesta

Daniel Ruiz

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Esperábamos al Cristo de las Tres Caídas frente al Baratillo. Aún quedaba, al menos una hora y media para que pasara, y además la Esperanza de Triana venía con retraso. La chica estaba junto a mí, sentada en su silla plegable, igual que sus amigas, ... ocupando un perímetro que seguramente triplicaba el que hubieran ocupado estando de pie. Mientras esperaban, improvisaron un picnic, formado por bocadillos y zumos de caja. Tanto los bricks como el papel aluminio de los bocadillos acabaron tirados en el suelo; les debió parecer mejor eso que guardarlos en sus mochilas. Al rato de desayunar, la chica de mi lado se quedó dormida. Daba cabezazos sobre la silla, empujándome con la cabeza y obligándome a hacer equilibrismos para no molestar a los que tenía al lado. Por fin llegaron los capirotes morados del Cristo, y la chica se despertó. La bulla se apretujó aún más, pero ni ella ni las amigas se dignaron a plegar sus sillas. Un músico de una de las bandas de la Hermandad, que había salido de la procesión para encontrarse con su madre y un bocadillo, pretendió volver a su sitio atravesando la bulla por el lugar donde la chica y sus amigas tenían las sillas. El uniforme blanco del chaval no les debió parecer suficiente evidencia de que necesitaba pasar, de manera que se negaron en rotundo a levantarse y plegar sus sillas. Por fin, después de un largo rato, el Cristo de las Tres Caídas irrumpió en el Arenal. Quien haya disfrutado el momento del saludo a la Virgen del Baratillo sabe de lo que hablo: es imposible no emocionarse ante tamaño despliegue estético; paso, banda y costaleros construyen una obra de arte efímera que consigue llenar el ambiente de un intenso magnetismo, de una vibrante electricidad. A mi compañera de espera no le importó que su brazo desplegado con el móvil pudiera molestar a los que estaban detrás; su única obsesión era grabarlo todo. No era la única, desde luego: hasta donde alcanzaba mi vista, todo era una tupida extensión de brazos humanos levantados grabando con sus móviles. Pero aún no había llegado lo peor: cuando el Cristo encaró a la Virgen del Baratillo y comenzó el saludo, la chica hizo una videollamada a su novio para mostrarle en directo el espectáculo. Los que estábamos junto a ella escuchábamos la música de la banda de las Tres Caídas y al novio de la chica, que, acostado en su cama, ponderaba la belleza de la escena.Sillitas y móviles son seguramente los dos objetos que mejor simbolizan el cambio que se ha producido, para mal, en la Semana Santa de Sevilla. Ambas representan la falta de civismo y educación, y, en el caso del móvil, la obsesión por el postureo y la incapacidad de interiorizar las experiencias estéticas y emocionales. Tengo la sensación de que la fiesta se ha embrutecido.

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