quemar los días
Lo que nos salvará
El verdadero arte se construye con algo que la Inteligencia Artificial no tiene: corazón, vísceras, tripas
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Iniciar sesiónEn las copas posteriores a la entrega del Fernando Lara de Novela, el discurso pronunciado por Manel Loureiro, ganador del premio, era la comidilla. Sorprendió la absoluta corrección del discurso, que pareció más bien radiofónico, con notas de intriga y aspiraciones y pausas perfectamente medidas. ... Alguien dijo que sonaba robótico, como pronunciado por una inteligencia artificial. En realidad fue eso que los expertos en marketing llaman un elevator pitch: una presentación de una idea -en este caso, un libro- pensado para encandilar a la audiencia y que esta compre el producto.
Volví a casa y en la cama, achispado por los vinos de la cena, leí antes de dormir en el móvil las críticas a la última película de Ford Coppola en Cannes. Un despropósito, una titánica rareza, una pieza fallida, todas abundaban en lo mismo: se lamentaban de que el director americano fuera a dilapidar su fortuna personal en un proyecto mastodóntico e imperfecto en el que ha invertido cuarenta años de vida. Me dormí con unos deseos irrefrenables de ver la película de marras.
La inteligencia artificial, me temo, lleva mucho tiempo en la literatura, el cine y la música. En el caso de la literatura, sorprende que muchos profesionales del sector del libro se lleven las manos a la cabeza por los previsibles perjuicios de la IA, cuando desde el propio sector llevan años promoviendo propuestas literarias bestseleras que se construyen con la escuadra y el cartabón de patrones mil veces repetidos. Solo hay que asomarse a un taller de escritura para comprobar de qué manera se inculcan en los aspirantes a escritores fórmulas casi matemáticas para construir novelas de éxito: el arco narrativo, el clímax y el anticlímax, la dosificación de la intriga, todas esas milongas que ahora una Inteligencia Artificial puede hacer con los ojos cerrados son las que vienen apuntalando la industria de la ficción desde hace décadas. Y no solo en los libros: Netflix, por ejemplo, es una descomunal churrería de contenido prefabricado.
Un buen amigo escritor me hablaba también el otro día en la cena del Lara de otro escritor, afamadísimo y con grandes ventas, que le había confesado cuál era el secreto para fabricar bestsellers: escribir pensando en que todos sus lectores tenían 17 años.
El arte, pienso, es otra cosa. Y esa otra cosa es la que la salvará de los brazos de la inteligencia artificial. Cualquier IA es capaz de construirte un flamante elevator pitch que no tendría nada que envidiar al de Manel Loureiro. Pero el verdadero arte se construye con algo que la Inteligencia Artificial no tiene: corazón, vísceras, tripas. Frente a la amenaza robótica, los creadores tenemos una formidable oportunidad. La de contar y expresarnos de forma genuina, única, inimitable.
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