quemar los días
Si no te sale ardiendo de dentro
Escribir es una lucha que nunca termina, con la que nos proveemos, como dice Richard Ford, de espacios de resistencia frente a la muerte
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Iniciar sesiónParticipé un año más en el Master de Escritura de Novela que el bueno de Andrés Nadal dirige con estupendo criterio desde hace un lustro en los cursos de Verano de La Rábida. Mi sesión, como en los últimos años, intentaba responder a una pregunta ... sencilla: ¿de qué vive el escritor?
Me ocurre, cuando imparto alguna charla o formación, que suelo ser bastante crudo y directo. Para hablar sobre el sustento de los escritores hace falta, inevitablemente, bastante crudeza. A estos cursos acuden normalmente personas con inquietud literaria —aunque no necesariamente—, que quieren aprender las nociones básicas para construir y escribir novelas. Pero una parte importante de sus intereses tiene que ver con la cuestión crematística; parafraseando aquel célebre disco de los Siniestro total, quieren conocer, en suma, cuándo se come aquí.
Cualquiera que pretenda convertir la literatura en un oficio necesita, antes que nada, observar el hecho con realismo. Yo nunca tuve la suerte, como esos alumnos, de participar en un curso de escritura de novela. De manera que tardé más de una década en aprender a manejar lo que los pedantes llaman las artes del oficio, cuestión en la que aún sigo, pues cada novela implica empezar desde cero. Nadie me dijo tampoco, cuando empecé en esto hace más de veinticinco años, que el negocio editorial resulta bastante lóbrego y desapacible. Que, muy raramente, uno consigue vivir exclusivamente de sus libros. Que la relación coste (personal)/beneficio resulta deprimente. Y que, en consecuencia, escribir tiene que ver más con la pasión que con las perspectivas de medra económica.
Les conté todo esto a los alumnos. Y en el descanso de la charla, se me acercó una chica. De forma cariñosa, pero decidida, me reprochó que fuera tan duro y pesimista. La chica era, me explicó, autora de libros de autoayuda. Estuve tentado de pedirle que me sustituyera al frente de la clase para insuflar un chute de optimismo a la audiencia.
Todavía queda quien observa a los que escribimos con un halo romántico. Nada más lejos de la realidad: si hay un arte que se emparenta con el oficio del obrero, ese es el de juntar letras. Un trabajo silencioso, arduo, en lucha contra uno mismo, con el que, quizá, todo lo más, como afirmaba el escritor Richard Ford en una reciente entrevista, nos proveemos de espacios de resistencia frente a la muerte. Escribir es una lucha sin línea de meta. Escribir como respirar, para constatar que estamos vivos. Escribir como necesidad, pero no precisamente económica, sino más bien de situarse en el mundo e intentar comprenderlo. Ningún libro de autoayuda, me temo, te enseñará eso que dejó escrito Bukowski en aquel precioso poema: «Si no te sale ardiendo de dentro, no lo hagas».
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