quemar los días

No sabemos lo que tenemos

Viajar sirve, solo a veces, para reconocer lo mucho y muy bueno que uno deja en casa

Viajar sirve siempre para tomar perspectiva y aprender a reconocer que lo que uno tiene en casa no es lo mejor del mundo, pero a veces, solo a veces, es útil también para lo contrario. Este verano, tocó hacer turismo por el País Vasco junto ... a la familia. De todas las capitales de Euskadi, la que más sorprendió y divirtió a mis hijos fue Bilbao. Después de haberla visitado en varias ocasiones en los últimos años, debo darles la razón: la capital de Vizcaya se ha convertido en una ciudad fascinante, divertida, moderna, que lo tenía todo en contra frente a otras ciudades más naturalmente dotadas para la belleza como San Sebastián o Vitoria pero que se ha construido una fuerte personalidad propia y singular a fuerza de audacia y creatividad. Vitoria es la única ciudad que no conocía, y por eso decidimos emplearla como campamento base de nuestra semana norteña. Debo decir que es tan señorial como imaginaba. En ella disfrutamos de un almuerzo en el Sagartoki inolvidable; el famoso pintxo de huevo frito de Senén González ha entrado sin discusión en el supertop de los mejores bocados que un servidor ha probado en su vida.

Nuestra semana en Vitoria coincidió con la celebración de la semana grande de la ciudad, las fiestas de la Virgen Blanca. Nos vimos obligados a una inevitable inmersión. Y tuve la misma sensación que cuando, hará unos veinte años, visitamos Bilbao durante su semana grande. También entonces lo pensé, pero ahora lo he recordado con precisión: cómo beben los vascos. En la Virgen Blanca, todo parece un pretexto para desatar la pulsión alcohólica, que se desparrama con unos niveles desproporcionados. Gente muy joven bebiendo demasiado, y no solo kalimotxo o cerveza, sino también, y, sobre todo, alcohol duro. Madrugador que es uno, era habitual encontrarte en el paisaje matutino de camino a la cafetería con regalos gástricos sobre el pavimento; en la misma cafetería, había que compartir desayuno con muchachada de ojos enrojecidos que pedía tostadas con cerveza.

En el País Vasco, por cierto, no encontrarás ningún sitio donde sirvan la cerveza fría. Pero a la gente que celebra la Virgen Blanca eso no le importa. Aunque esté caliente, el objetivo es alcanzar la cogorza.

Como sevillano y andaluz, debo reconocer que ha sido un baño de realidad reparadora. Acostumbrado como estoy a escuchar cansinamente que los del sur somos los más borrachos, haraganes y juerguistas de España, presenciar de forma tan directa una fiesta que desdice todos los clichés ha resultado casi balsámico. Ahora pienso en la Feria de Abril y no puedo concebir una celebración más civilizada y comedida. Es ocasiones resulta inevitable incurrir en el tópico: no sabemos lo que tenemos.

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