quemar los días
No pelearse, por favor
Estoy deseando de que lleguen estos días de tregua y paz impostada de las fiestas navideñas para que la pelea pública aminore un poco
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Iniciar sesiónEl semáforo de Chiquito de la Calzada en Málaga ya se ha vestido de Navidad. Al icono le han dibujado un gorro y unas botas de Papá Noel. Y ahora, entre sus apiticain y condemor, se cuela una felicitación navideña, que reproduce uno de los ... mensajes más célebres de Chiquito, bastante recurrente entre los devotos de la religión chiquitistaní durante estas fiestas: «Feliz año nuevo a todos. No pelearse, por favor, que todo se arreglará, que está la cosa muy mar».
Está, en efecto, la cosa muy «mar», y dudo de que tenga mucho arreglo. Pero me cala especialmente el mensaje de Chiquito llamando al apaciguamiento. No pelearse, por favor es algo que solía pedirles bastante a mis padres cuando era pequeño y se enzarzaban en aquellas discusiones agrias que me hicieron crecer con bastante escepticismo hacia la institución matrimonial. No pelearse, por favor es algo que les pido muy habitualmente a mis hijos cuando sus cuerpos adolescentes se llenan súbitamente de púas y de sus lenguas salen corrientes de sapos y culebras. En más de un bar, en trifulcas entre parroquianos, he utilizado esa expresión, y también entre amigos aferrados a la cabezonería en discusiones normalmente ridículas y sin sentido.
Hay que discutir. Es saludable y necesario para el alma y para el cuerpo. Pero pelearse, nunca. Estoy deseando de que lleguen estos días de tregua y paz impostada de las fiestas navideñas, de hecho, para que la pelea pública aminore un poco y baje el nivel de decibelios. Porque nos sobra ruido.
Como a mi cuerpo parece gustarle ir a contracorriente, ahora que la gripe le está ganando la batalla al Covid decidió que era buen momento para contagiarse por primera vez con el puñetero coronavirus. Y como era todo un estreno, decidió hacerlo a lo grande: durante una semana he estado hecho una verdadera piltrafa. Al catálogo de padecimientos se ha sumado, sin embargo, uno que no esperaba: una repentina sordera, bastante aguda en el caso del oído derecho. Inicialmente, confieso que sentí pánico. Acudí a Internet y leí varios casos de pérdida de audición permanente por el Covid. Pero conforme pasaban las horas, me acostumbré a esa merma. No escuchaba el pitido del termómetro en el sobaco, pero tampoco las recriminaciones de mi mujer, la música infame del altavoz de mi hijo en la ducha o las peleas de los dos hermanos a la hora del almuerzo.
Ayer por la mañana, por fin, el virus se cansó de mi cuerpo; por primera vez desperté sin fiebre. Pero lo bueno también se había marchado: el coronavirus había levantado su parapeto sobre mis oídos. Y en la cocina, para no variar, los dos adolescentes exhibían sus púas en el desayuno.
«No pelearse, por favor», dije imitando a Chiquito. Ni que decir tiene que ellos siguieron a lo suyo.
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