quemar los días
Un idiota es un idiota
Nos hemos acostumbrado a tolerar el grito de «sevillanos, yonquis y gitanos». Pero no pasa nada: somos del sur
Gracias a 'Se acabó el petróleo', aquella descacharrante bufonada protagonizada en los 80 por Pepe Da Rosa, Paco Gandía y Josele sobre la visita de un jeque del petróleo a Andalucía, aprendimos la diferencia entre un árabe y un moro. Un árabe es un musulmán ... con mucho dinero, y un moro es un pobre desgraciado que viene a nuestra tierra a intentar buscarse la vida, y por tanto es inferior a cualquiera de nosotros, elevados caucásicos europeos.
En la propia Europa, incluso entre los propios territorios de España, también existe ese desprecio hacia los habitantes de determinadas latitudes. Las que nunca fallan son las del sur. Cuando los hinchas del Real Madrid colonizaron el centro de Sevilla en su final de Copa del Rey contra el Osasuna, corrieron como la pólvora por las redes los gritos de estos energúmenos, dirigidos, incomprensiblemente, contra la población anfitriona. Se escuchó muchas veces ese cántico de desprecio ya convertido en clásico fuera de nuestra ciudad: «Sevillanos, yonquis y gitanos». Es un cántico bastante habitual cuando los equipos de Sevilla visitan Madrid.
No hace falta conocer demasiado la historia del hooliganismo español para saber que hay pocos movimientos ultras más fascistas, xenófobos, homófobos y reaccionarios que los que rodean a la hinchada de los dos principales clubes de la capital, Real Madrid y Atleti. Que de uno de estos equipos surja el movimiento antirracista más furibundo de las últimas décadas no deja de resultar absolutamente irónico y fariseo.
Cuando uno visita Marruecos, es sorprendente el predicamento que el Real Madrid y también el Barcelona tienen entre la población más joven. A pocos metros de la imponente Mezquita de Hassan II en Casablanca, se despliega uno de los barrios de chabolas más extensos e impresionantes de toda África. Apenas tienen para sobrevivir, pero no hay niño sin su camiseta del Barsa o el Madrid. Muchos de ellos llevan el nombre de Vinicius Jr a la espalda.
Vinicius Jr es ese jugador que duerme en su garaje con media docena de vehículos de alta gama, ninguno de los cuales tiene en el mercado un precio inferior a las seis cifras. Come en los mejores restaurantes, duerme en los mejores hoteles, lo defienden los mejores abogados. Y cuando toca, juega para los jeques de Arabia Saudí, allí donde el respeto a las libertades y la igualdad son un chiste.
También se encara con la grada. Solivianta a los hinchas rivales con sus impertinencias. Derrocha actitudes de niño mimado. Y los árbitros se lo consienten y su club hace de él un símbolo.
Que tenemos un problema con el racismo resulta evidente. Pero también, y mucho, con nuestros referentes. Con dinero, un árabe nunca será un moro y un negro nunca será un mono, pero un idiota siempre será un idiota.
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