quemar los días
Hombre con raqueta
Ahora ese espacio entre los dos se ha vuelto más grande que el maletero del range rover
Está ahí, plantado, en la entrada del club social, esperando. Lleva los calcetines subidos hasta la mitad de las pantorrillas, y sus zapatillas son de un blanco impoluto. Las calzonas van a juego, y también, casi, las propias piernas, ligeramente velludas pero sobre todo pálidas, ... como si la mayor parte del tiempo se mantuvieran resguardadas del sol. De hecho lo están, de lunes a viernes, en horarios imposibles que comienzan cuando casi no ha amanecido y concluyen cuando ya anocheció, ametrallados de reuniones, calls, comidas de trabajo o almuerzos frugales preparados a primera hora, tras el también frugal café del desayuno, y transportados en un tuper en el maletero del range rover, para ser deglutidos en el office de la oficina, esa granja de corbatas. De diario lleva corbata y chaqueta, pero hoy, que espera a la entrada del club social, luce un polo de marca, y en una de las muñecas una cinta. Cuando comience a sudar, sacará también la cinta del pelo. Sudará y sudará, manejando su raqueta de pádel como si fuera una espada láser, una katana cortando el viento y todo lo que se ponga por delante. Ha cumplido ya los cincuenta, pero lo cierto es que, a pesar del ritmo de vida y de las canas, cuando se mira en el espejo, tras la sesión de pádel, el torso sudoroso y el vientre no del todo depresible (a pesar de lo que dictaminan con crueldad los informes de los chequeos médicos anuales), se siente joven. A veces, de hecho, cuando tras el trabajo toca tomar alguna copa con los compañeros, ha llegado a percibir ciertas miradas de interés por parte de mujeres de menor edad. A ella nunca se lo dirá. Bastante tiene ya con pelearse con la chica que limpia en casa para que sea más afanosa con los dormitorios de los críos, y con los pormenores de la fiesta que prepara para el fin de semana, y con la gestión del alquiler del apartamento de la playa; todo eso, además, compaginado con la gerencia de la asociación de mujeres. No me da la vida, te dijo anoche, tras salir del aseo, camino de la cama, con el camisón dejando entrever sus pequeños pechos sin sujetador, mientras tú intentabas leer ese ensayo que se te resiste cada noche (es imposible superar más de una página al día; los ojos caen como pesadas rejas). En la cama te dio la espalda, y en otro tiempo hubieras acercado tu cuerpo al de ella, persiguiendo su calor, buscando su tersura. Ahora ese espacio entre los dos se ha vuelto más grande que el maletero del range rover: dos niños, tres hipotecas, compromisos ineludibles, un muro de obligaciones que dinamitan el deseo que una vez os unió y que hoy os convierte en extraños. Pero ahora, nada de eso importa. Espera en la puerta del club social a sus compañeros, necesita sudar, golpear bien fuerte la pelota, cansarse, olvidar lo que es, en lo que se ha convertido.
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