quemar los días
Gwyneth Paltrow no tiene cura
Los libros de una casa dicen más de quien la habita que cualquier otra cosa
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Iniciar sesiónLo primero que hago cuando me invitan a cualquier casa es husmear en los libros. Los libros de las casas dicen más sobre quienes las habitan que cualquier otra cosa. No solo por la cantidad, que también, sino por el tipo de libros y su ... ordenación. Suelo desconfiar de aquellas en las que no hay ningún libro. Pero casi me repelen más esas otras en las que hay una voluntad demasiado evidente por transmitir inteligencia y buen gusto: caros volúmenes de Taschen, mamotretos de fotografías, cuidada selección de ensayos… Estanterías de paripé, en las que la cultura es reducida a paisaje.
Leo que la actriz Gwyneth Paltrow, al remodelar su choza de Los Ángeles, se dio cuenta de que necesitaba más de 500 libros para completar sus nuevas estanterías. Recurrió entonces a un «curador de libros», cuya misión es, básicamente, encargarse de comprar libros que embellezcan los anaqueles, gestión por la que, al parecer, cobra una pasta.
Lo que menos importa es el contenido de los libros. Lo esencial es que queden cuquis en las estanterías. Por eso se destrozan los lomos originales y se sustituyen por otros que, contemplados en conjunto, compongan dibujos chulos o fotos, yo qué sé, de la Torre Eiffel o del Coliseo Romano.
La expresión «curador de libros» tiene un punto de incoherencia bastante sádico. La primera acepción de la RAE para la palabra curador es «el que tiene cuidado de algo», y la segunda, «el que cura». El encargado de convertir la estantería de la actriz norteamericana en un lienzo me parece más bien un terrorista. Que en todo caso obedece a una aberración de la sensibilidad bastante extendida, en virtud de la cual la única utilidad de los libros es contribuir a la generación de cierto estatus.
Hace poco, llevé a cabo algo que había postergado demasiadas veces: el necesario cribado de mi biblioteca. Finalmente me deshice de menos libros de los pretendidos; sacrifiqué unos 150. Me costó verdadero sufrimiento físico trasladarlos hasta una librería de lance, labor para la que conté con la ayuda de mi hija Alicia. Como compensación, le había prometido que toda la recaudación iría para ella, pero nunca olvidaré su cara de decepción al recibir el dinero después de la tasación del librero: 23 euros.
El precio real de esos 150 libros, sin embargo, es incalculable. No existe dinero para comprar el conocimiento que sus páginas trasladarán a sus futuros lectores en sus sucesivas vidas. Ojalá que cada uno de ellos se revenda mil veces. Así hasta que acaben deshojados, rotos, con la tinta casi borrada de tanto contar sus historias a las pupilas que quieran leerlas. Porque, aunque probablemente a la Paltrow y su curador les parezca algo horrible, no hay en verdad nada más curativo que un libro viejo.
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