quemar los días
Grano en el culo
Acabarán acabando con ellos, y de paso con el último vestigio obrero de Nervión
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Iniciar sesiónÉRAMOS muy jóvenes, no teníamos demasiado dinero, pero mi pareja y yo habíamos empezado a trabajar y ansiábamos abandonar el nido. Recuerdo aquellos años con enorme cariño, nuestros años de vino y rosas, aunque en lugar de vino hubo mucha cerveza y en lugar de ... rosas mucha comida precocinada, bastantes apuros y, sobre todo, cucarachas.
Eso es lo que más recuerdo de aquellos años viviendo en El Juncal, en nuestro piso segundo del bloque 6 de la calle Tambre. Las cucarachas eran tan numerosas y tan empecinadas que no había insecticida que pudiera con ellas. Mi pareja, ahora mi mujer, siempre ha sufrido blatofobia. Su terror a las cucarachas solo amainaba cuando la cerveza la envalentonaba. Entonces, al llegar al piso por la noche, con cuatro cañas de más, cada uno, con una revista enrollada en ristre, nos dedicábamos al exterminio.
En El Juncal fuimos muy felices. Éramos jóvenes, con poco dinero pero con toda la vida por delante. Además, nos gustaba el barrio: era un barrio familiar, de gente humilde y auténtica que se buscaba la vida. Pero que ya entonces resultaba muy inseguro.
Una noche, me despertó por teléfono mi hermana para comunicarme que mi coche, robado, había sido encontrado por la policía en medio de una carretera. ¿Mi coche?, le contesté, ¡eso es imposible, lo tengo aparcado en la puerta! Me asomé por el balcón y, en efecto, el coche no estaba. Seguramente, me dijo la policía, un delincuente le había hecho un puente y lo abandonó cuando se le acabó la gasolina. Otro día, volviendo a casa, dos niñatos en moto intentaron tironearme para robarme un discman (sí, existían reproductores de CDs, e incluso CDs), y tuve que ocultarme en un portal. El colmo de aquellos años, lo que definitivamente nos obligó a abandonar el barrio, fue cuando un ladrón, a las cinco de la mañana, trepó hasta el segundo y entró en nuestra habitación dispuesto a robarnos. La mayor parte de las canas que blanquean mi cabeza se las debo a aquella noche.
Hace unos días, los vecinos de El Juncal se reunieron con representantes del Ayuntamiento para reivindicar más seguridad en el barrio. Al parecer, la situación en estos momentos es insostenible. Pero tengo la convicción de que la inseguridad y la insalubridad de la zona no son algo nuevo. Se remonta, al menos, a los veinticinco años que hace que viví allí. Junto a esta convicción, una sospecha: El Juncal, como El Plantinar, como el bloque de viviendas de Pirotecnia sobre el que el Ministerio de Defensa ha ordenado un desahucio, son barrios incómodos, granos en el culo de una zona tremendamente apetitosa para los especuladores inmobiliarios. Por último, un triste vaticinio: acabarán acabando con ellos, y eliminando, de paso, el último vestigio obrero que aún resiste en la manzana de oro de Nervión.
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