quemar los días

Los cucos de lo cuqui

Nos puede la tontería, y aprovecharse de los tontos es uno de los negocios más antiguos del mundo

SOMOS seres adaptativos, y en eso tiene un papel decisivo la memoria. Nuestro cerebro es inteligente, y tiende a borrar de nuestro recuerdo las experiencias más negativas. Pero a veces, este recurso juega malas pasadas. Nos ocurrió el otro día, cuando acudí con mi mujer ... a una cafetería moderna de cafés muy elaborados, olvidando que ya habíamos estado allí en una ocasión y que la experiencia había sido desastrosa. Era bastante temprano, así que en ese momento no había ningún otro cliente más en la cafetería. Cuando entré a pedir los cafés, aunque había dos personas tras la barra -eso sí, muy concentradas en la preparación de no sé qué cosas-, tardaron en atenderme varios minutos. Cuando finalmente uno de los empleados lo hizo, fue como si realmente le estuviera haciendo perder el tiempo. Tuve que elegir entre varios tipos de taza y varios precios, y me quedé con una de las opciones más discretas: 3,60 euros cada café.

Esperamos en nuestra mesa pero los cafés nunca llegaban. A pesar de que ahora ya eran tres los empleados tras la barra. Tras esperar un cuarto de hora, nos acordamos de la primera experiencia: aquella vez nos trajeron el café frío. Finalmente llegaron, esta vez calientes, tal como les había insistido, y con un dibujo muy cuqui de unas flores sobre la leche. La espera, supusimos, tendría que ver con el tiempo que habían dedicado a hacer aquel primoroso dibujo.

Busqué por Internet y resulta que nos habíamos equivocado. Aquello no era una cafetería, sino, como ellos se definían, un coffee lab. Y sus camareros no eran, claro, camareros, sino profesionales del laboratorio del café. Cuando nos marchábamos, ambos llegamos a la misma conclusión: acababan de tomarnos el pelo.

Proliferan los sitios así. Lugares sofisticados donde se impone el low food: allí no hay prisas, hay que dejarse llevar por la experiencia. Da igual que tarden un siglo en servirte, tienes que dejar crear a los artistas. Todo es cuqui, bonito, cool y, por supuesto, carísimo.

El pasado viernes, un cliente me condujo a una cafería en el Polígono Carretera Amarilla donde probé el mejor café que he tomado en años. Nadie imagina que en un sitio así va a encontrarse con un lugar como la Cafetería Dakar, que le da cien mil vueltas a cualquier coffee lab que uno pueda imaginar. Y todo, con eficiencia, precios razonables y sin un gramo de tontería. Compartiendo mi sorpresa con el cliente, le confesé el lugar donde me habían servido meses atrás el botellín de cerveza más frío que he bebido en mi vida: en el antipático tanatorio de Camas.

Pero nos puede la tontería. Aspiramos a resultar sofisticados, interesantes, refinados, y aprovecharse de los tontos es uno de los negocios más antiguos del mundo. Los cucos de lo cuqui están siempre al acecho. Y ahora van a por las cafeterías, perdón, los coffee labs.

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