QUEMAR LOS DÍAS
Carta de bienvenida
Sean bienvenidos, señores de la ONU, y acepten estas humildes recomendaciones
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Iniciar sesiónWelcome, benvenuti, willkommen, bem-vindos, bienvenidos, ilustrísimos jefes de Estado y de Gobierno, señorísimos delegados oficiales de Estados miembros de la ONU, responsables de organismos internacionales financieros, representantes del sector empresarial, civil y académico del ancho mundo, sean todos acogidos con los brazos abiertos por ... Sevilla, tierra hospitalaria, mezcla de civilizaciones, cuna de los mitos románticos, asiento inveterado de poetas y de artistas, ciudad de la gracia. Un lugar que sin duda deja huella, y que ustedes no van a olvidar jamás. La primera impresión es poderosa, y su primera impresión llegará enseguida, radical, impactante, rotunda: ocurrirá en el momento en que se abran las compuertas del avión y, antes de bajar las escaleras, sientan sobre sus cosmopolitas pieles el riguroso bofetón de la calufa. Creerán derretirse, y conforme pisen el suelo ardiente como café torrefacto de San Pablo pensarán que han venido a parar al mismo infierno. Prescindan, caballeros, cuanto antes, de sus chaquetas, y busquen rápidamente la sombra. Porque esta es la Sevilla real, tan real como la de las postales de primavera: la Sevilla que pone a prueba al visitante, la que lo somete al posicionamiento definitivo. Si después de visitar Sevilla en verano sigues amando la ciudad, es que tu amor es verdadero. Es inevitable que se les seque la garganta, pero si les pilla de paseo por el centro han de estar advertidos: la sangría no es una bebida autóctona, y la de los bares de guiris mucho menos (del Aperol spritz ya ni hablamos). Lo mismo cabe decir, si les coge con hambre, de las paellas con apariencia (y sabor) de corcho. Más advertencias: en el casco histórico, el gazpacho casero es una entelequia, y en Sevilla no sabemos hacer patatas bravas. El sevillano es amable, servicial, hospitalario. Pero no olviden que ustedes han venido a hacerles el agosto a mucho paisano, un agosto adelantado al mes de julio. Acabar aflojando guita por una rama de romero de manos de una gitana jartible se considera el escalafón más insustancial del sablazo en Sevilla, ténganlo muy en cuenta cuando alguien les ofrezca un espectáculo flamenco «de verdad», o cuando algún descamisado pretenda amenizar su rato de terraza tocando una guitarra de dos cuerdas y destrozando a Camarón con su boca sin dientes. Les van a meter a Carmen y a Don Juan Tenorio hasta en la sopa, y si los llevan a ver a la Macarena no se les ocurra decir que la encuentran cambiada. Si piden pringá no la llamen pringada, ni al montaíto montadito, e intenten aparentar indiferencia, aunque les cueste, cuando vean que los jóvenes visten pantalones con los bajos a la altura de las pantorrillas. Y no, no se trata de un espejismo favorecido por las altas temperaturas: las mujeres sevillanas son así de guapas.
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