QUEMAR LOS DÍAS
Mi botica favorita
La regenta Manuel, mi frutero, un boticario del alma que no necesita bata para dispensar sus recetas
Por mis venas corre sangre sureña, feliz, vividora, y sangre castellana, más seria, antipática y tendente a la melancolía. Vivo en un constante esfuerzo por lograr que la sangre alegre gane la partida, pero a veces no es sencillo. Hay días en que se impone ... la tristeza. Tiene de su lado el paso inexorable del tiempo, la sensación de ir malgastando los días, las canas y los horripilantes pelos en las orejas.
Suerte que tenemos boticas. El otro día, Jesús Álvarez publicaba en este periódico una entrevista con Rafa Rodríguez, propietario de La Botica de los Lectores, donde explicaba el origen del nombre de sus librerías: tienda, en su segunda acepción, significa botica. La suya es una (fantástica) botica de libros, pero normalmente botica se asocia a las farmacias, donde se venden pastillas que curan.
Mi botica favorita es una frutería. Es la frutería de mi barrio, Ciudad Aljarafe, y a ella acudo todas las mañanas del fin de semana. La regenta Manuel, un dominicano que no necesita bata blanca para dispensar sus recetas. En su frutería tropical, que así se llama, uno puede encontrar el más completo género de fruta y verdura que se pueda imaginar. Pero sobre todo la visito porque hablar con Manuel, verlo desenvolverse con los clientes, encajar sus bromas, oír sus comentarios, es un chute de alegría. De pequeños, solíamos tener miedo a los practicantes, esos médicos que podían acudir a tu casa para pegarte un pinchazo en el culo con el que bajarte la fiebre. Ya no existe esa figura, pero sí que siguen existiendo practicantes, que pertenecen a la familia de los boticarios. Practicantes de la alegría de vivir, como mi frutero Manuel.
No sé, porque nunca se lo he escuchado, cómo Manuel acabó viniendo a este rincón desde República Dominicana; cómo tuvo que buscarse la vida, apretarse para abrir su negocio, poder mantenerse a él y a su familia (tiene dos niñas lindísimas, a las que vistió de gitana en la Feria) y seguir levantándose cada mañana antes de que salga el sol, domingos incluidos, para transportar y colocar el género. De eso nunca habla, porque en sus palabras jamás encontrarás una queja. Cuando no tararea las canciones de la radio —es la banda sonora de su frutería—, habla de vaguedades y ligerezas, deslizando siempre que puede algún chiste, lanzando piropos, jugando con sobreentendidos y alusiones que evidencian una mente despierta y un espíritu, como su frutería, completamente tropical. En su parroquia hay de todo, pero sabe manejar como nadie a las señoras mayores, por lo general desconfiadas y siempre atentas al céntimo, a las que desarma con su talante jovial y vitalista.
Cuando hay jornadas en los que la sangre castellana me gana la partida, pienso en Manuel, en su botica de alegría. Su ejemplo me anima a afrontar el día.
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