Ni santa ni justa

Se necesitan fuertes

El que a estas alturas no sablea al yonqui de la experiencia es porque no quiere

Con los males no debería uno obsesionarse demasiado, pero cuando han ocurrido y se han observado, cuando ya es capaz el ojo de identificar las señales que anuncian la catástrofe porque el patrón se ha desenrollado y plegado frente a él, no es planteamiento de ... necios mantener cierta pose de guardia. Tendría uno, entonces, que relajarse solo a medias, dormir, en fin, como los conejos en tierra desconocida, con el párpado despegado, registrando lo que sucede alrededor a través de la membrana nictitante, pendientes de la amenaza.

Sobre Andalucía hoy planea un par de ellas. Una revelará un cambio y la otra confirmará una tendencia. O al revés. O lo mismo es. Ambas, en cualquier caso, acabarán alterando los platos sobre la mesa. La primera llegará, es de sospechar, un par de meses antes de que el termómetro corone los cuarenta grados. Anidará en los bares que ofrecen bollitos de pan brioche relleno de cerdo deshilachado, gyozas de rabo de toro, torrijas con dulce de leche y chupitos encapsulados en probetas. En aquellas cartas se infiltrará, si nada falla, la estrella actual de los bares de Justicia, Malasaña y Chamberí: el sándwich mixto. Lo cortarán también aquí en rectángulos preciosos que tumbarán, arropaditos unos sobre otros, en una bandeja de acero inoxidable. El queso, casi líquido, desbordará la miga y el jamón cocido, o el lomo, según el estímulo creativo que haya decidido cabalgar el chef, asomará desgarrado bajo un pan que se estampará a la brasa. El hidrato empapado en mantequilla ahumada reconfortará a los oídos que ansíen una gastrohistorieta que regurgitar a sus amigos y que insinuar en internet. Desde Madrid, el sándwich mixto gurmé, sin cortezas, como depiladito, alcanzará a las capitales andaluzas a su tiempo, con el desfase natural de la distancia física, y, con sus doce euros por pieza, será símbolo de que el ingenio del español en crisis se ha puesto de nuevo a trabajar. En la huida de la tradición propia de los jóvenes, prestos a renegar de aquello que los ha criado, la performance del lujo actúa de forma retorcida, pues termina por convertir a quien la persigue en parodia de sus complejos. El que a estas alturas no sablea al yonqui de la experiencia es porque no quiere.

El otro peligro andaluz también viene de allá arriba. Directo del cielo. Alcanzará esta tierra después de que el termómetro se despatarre durante cinco meses sobre los cuarenta grados. El chaparrón de Semana Santa ha aliviado, pero no ha curado. Andalucía habita la sequía cronificada. Los nacidos en los 90 aprendieron a cerrar el grifo mientras se cepillaban los dientes. Lo anunciaban los carteles de los centros públicos y lo advertían en la tele. El agua que se va no se sabe cuándo vuelve. Hoy, que parece haber perdido su urgencia, es el momento de idear y ejecutar los sistemas que la garanticen. Se necesitan ahora fuertes. Para proteger el agua. Para defendernos del sándwich mixto. Para que nada de todo esto acabe en las brasas.

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